La decisión de Vladímir Putin de impulsar referendos de adhesión a su país de enclaves con población prorrusa en la Ucrania invadida constituye una provocación que cuestiona la viabilidad de una salida negociada a la guerra y las consideraciones sobre una eventual disposición del Kremlin ... a un acuerdo de paz. Un dirigente con una posición estratégica en esta crisis como el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha defendido ante la ONU que la diplomacia internacional explore una «salida digna» para los gobiernos de Moscú y Kiev bajo la premisa del respeto a la soberanía ucraniana. Una exigencia obligada, porque lo contrario significaría legitimar una intervención militar injustificable, y sobre la que Putin acaba de pronunciarse implícitamente con el órdago de los plebiscitos en una Ucrania que resiste y avanza frente al horror desplegado en sus entrañas por las fuerzas rusas. Nada más contrario a la democracia que utilizar el recurso a las urnas como un instrumento para intentar remover las barreras de la legalidad. Y nada más incompatible con la democracia que promover un simulacro bajo el ruido de las armas que todo lo pervierte. También, y por ahora, los deseos de un pronto y pactado final de la guerra.
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