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Con Europa empantanada en una guerra que ha revolucionado el tablero geopolítico y disparado la incertidumbre económica, sin que sea descartable la caída de la UE y de España en una nueva recesión, cabe reclamar a los dirigentes del país una actitud responsable acorde a ... la gravedad de las circunstancias. Reclamarla, sí. Por desgracia, confiar en ella es un ejercicio condenado de antemano al fracaso a la vista de su comportamiento durante la pandemia y del clima de confrontación sin límites que emponzoña tanto las relaciones partidistas como institucionales. El Gobierno ha admitido de forma implícita sus errores formales en la aprobación del plan de ahorro energético al convocar para este lunes –aunque fuera tarde y rectificando su tozuda negativa inicial– una reunión telemática de la vicepresidenta Teresa Ribera y la ministra Reyes Maroto con los consejeros autonómicos para analizar su contenido y las dudas que suscita a unas horas de su entrada en vigor. Sin embargo, su encastillamiento en no modificar ni un ápice del texto con aportaciones de las comunidades críticas y el de estas en sus descalificaciones previas, pese a las explicaciones ofrecidas por el Ejecutivo y las promesas de flexibilidad, dejan un amargo sabor de boca.
No por previsible deja de resultar frustrante que el encuentro y las reacciones posteriores –desde el «negacionismo» atribuido por Pedro Sánchez al PP al recurso ante los tribunales anunciado por Madrid– pareciera más destinado a escenificar diferencias con las que buscar réditos políticos que a la sincera búsqueda de un entendimiento. Corregido el injustificable conato de insumisión de Isabel Díaz Ayuso, las distintas administraciones están llamadas a aunar esfuerzos en la reducción del consumo de energía; un objetivo estratégico del conjunto de la UE que, aun cuando sea susceptible de debate en sus detalles, harían bien en dejar al margen del rifirrafe partidista.
Viene un invierno duro, en el que las medidas anunciadas –en el escalón más bajo de entre las posibles– pueden ser un simple aperitivo de las que se avecinan. No por capricho de Sánchez, sino por la dependencia europea de Rusia y los compromisos de España con la Unión ante el uso del gas como arma de guerra por parte de Putin. El Gobierno ha pecado de falta de diálogo e improvisación. Pero la respuesta de una oposición seria no debe ser caer en la demagogia –como si fuera posible ahorrar energía sin causar incomodidades– cuando hay tanto en juego.
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