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Han sido héroes, sin duda, y como tal recibirán su medalla. Se han interpuesto casi a pecho descubierto entre el virus y nosotros. Muchos pagaron el épico esfuerzo con su salud física y todos con su salud emocional. El ciudadano de a pie a quien ... protegían con un ahínco mucho más allá de lo profesionalmente exigible fue el primero que se dio cuenta de que necesitaban una dosis extra de energía, de moral y de reconocimiento, y decidió ofrecérsela con el gesto sencillo y ancestral del aplauso.
Este periódico, desde el primer día, plasmó ese homenaje popular y balconil del hombre confinado a los médicos, los enfermeros, los técnicos de laboratorio, los investigadores, los auxiliares o los celadores que ni con su mayor voluntad y sacrificio acertaban a sujetar la violencia de una pandemia que sumaba muertes con la insensibilidad propia de esa sustantividad bioquímica y ciega que es un virus. El colectivo sociosanitario también encontró en estas páginas una vía que canalizó de manera fidedigna su historia y plasmó sus testimonios. Innumerables artículos dieron fe de sus esfuerzos, sus éxitos y sus fracasos, de sus lágrimas de alegría, de impotencia o de agotamiento.
Ahora el Gobierno regional ha decidido otorgarles la Medalla de La Rioja, una distinción que imagino que nadie se atreverá a discutir.
Porque han sido héroes, sí, y, ya digo, no cabe duda de que merecen su medalla. Pero tampoco me cabe duda de que preferirían no haberlo sido, no haber tenido que demostrar sus arrestos y, por contra, haber dispuesto de mayor información sobre el enemigo al que combatían y de las herramientas precisas para hacerle frente. Preferirían también, seguro, canjear su medalla por la certeza de que la crisis económica que ya se nos ha echado encima no erosionará sus condiciones laborales ni esquilmará los recursos de la sanidad como sucedió durante la crisis precedente. Los mandatarios deberían tenerlo claro a la hora de gestionar las inversiones con sus menguadas arcas públicas y también debería tenerlo claro el ciudadano, el pagador de impuestos, a quien le convendría sopesar mejor si prefiere exigir una estación de AVE en la puerta de su casa o arropar eficazmente al colectivo que vela por lo único que a la postre tenemos en esta vida, que es la propia vida.
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