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La rebelión de la masa

OJO DE BUEY ·

Domingo, 13 de diciembre 2020, 10:53

El neolítico, por fin, nos ha desbordado. Hemos sabido esta semana que la revista Nature ha puesto al día los datos de porcentaje entre materia artificial y natural (lo humano más todo lo vivo) registrados actualmente en el planeta, y que incluso ha realizado ... una proyección a largo plazo. El resultado certifica el lugar (y volumen) reducido que ocupamos lo natural frente al crecimiento exponencial de los derivados: manufactura, objetos, construcción, vida sintética. El total de la masa artificial –que ha sido calculada, según Nature, en 1,1 billones de toneladas– supera por mucho a la biomasa de la que, por cierto, los llamados seres humanos, llegamos a ser sólo el 0, 01%, raspado. Aunque, uno a uno, sumemos casi 8. 000 millones de unidades, no hay que dejar engañarse por las cifras. Pesamos lo que pesamos. Así que, de los creadores de «somos tres cuartas partes de agua y una de tierra», ahora esto: lo que producimos ya abulta mucho más que nosotros mismos. E irá incrementando, sin remedio, su masa. Los objetos, las cosas –aquí entra desde un botón hasta el rascacielos Bur Mohammed Bin Rashid de Abu Dhabi– ya son los verdaderos habitantes del planeta. Constituyen el censo real. No hay duda: el almacén se nos ha ido de las manos. En serie. Y ahora mismo, formamos parte de un teatro de objetos, obra nuestra. Aunque no sabemos en qué punto o momento podrían invertirse los términos. Y mira que hay cuentos y fábulas que, desde el XIX, el siglo que fabricó más objetos, en un número y variedad hasta entonces desconocidos por el ser humano, ya advertían sobre la proliferación desencadenada de nuestros monstruos y constructos. Pues ya somos tres cuartas partes de poliespán, metacrilato, plexiglás y gominola frente a una cuarta parte de tejido y sistema nervioso de los antiguos reinos animal y vegetal. Ahora ya sabemos, a fecha de hoy, de qué estamos hechos. Y la materia de la que están amasados nuestros sueños modernos. Porque se trata de la misma materia. Próspero, gran mago hacedor de tormentas y escenarios, era consciente de ello a la altura del acto IV de La tempestad de Shakespeare. La célebre e hipertraducible stuff: estofa, sustancia singular, madera 'de', tela, tontería, polvo, cosa. De esa stuff estábamos hechos nosotros y cualquier de nuestros sueños: igual valía para una chabola que para el globo terráqueo. Materia, cuyo destino irreversible es no dejar rastro. Próspero, Shakespeare, venían a decir que el individuo, esa parte –ahora se confirma– casi residual de la biomasa, es 100%... sueño. Sucede luego que cada época tiene su propia materia y produce sus propios sueños. Me imagino la extrañeza que sentiría Próspero viendo llegar ahora hasta la costa de su isla (en sí misma un sueño, lo más probable) oleadas de botellas de plástico, de tetrabriks, de palés y de dispositivos electrónicos caducados. Sería capaz de averiguar los sueños de los autores futuros o antepasados de esa estofa. Y en qué quedaron. El caso es que Próspero, cansando del ejercicio de la magia pero también consciente de la altísima volatilidad de la materia general del sueño, decidiría romper su varita, a la vez que Shakespeare. Cohabitamos con los objetos de nuestra creación. De igual a igual. Bueno, ya no: su masa nos supera, nos contiene y nos envuelve. Sintetiza y multiplica nuestros sueños y empresas. Los objetos son subjetivos. Esta semana, por ejemplo, lo de la devolución de la propiedad del Pazo de Meirás al Estado. Lo que más me intrigaba del asunto era la naturaleza, la biografía, la materia, en fin, de los 697 objetos que, una vez catalogados y fotografiados, han quedado allí a la espera de nuevo destino. Nadie sabe más de lo sucedido en O Paciño que esos 697 objetos residentes. No sólo forman parte del inventario de la casona sino del 'sueño' franquista. Si esos objetos hablaran. Sin duda, tuvieron que imprimirse o adherirse a su textura conversaciones, miradas, silencios, despachos. Da miedo y polvo. El régimen fue en un 697% por ciento ese panteón de objetos, esa masa familiar.

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