Veo en redes sociales imágenes virales de niñas que todavía deben tener los dientes de leche compartiendo rituales de belleza ¡con cremas antiarrugas! Dentro de lo que ya es un fenómeno denominado 'Sephora Kids'. Ecografías, imágenes de bebés desnudos (o casi) a la hora del ... baño o en la playa... Y me preocupan muchas cosas, como la vulnerabilidad con la que esos niños quedan expuestos a depredadores y acosadores.
Doy gracias por haber tenido una infancia analógica. Hoy las imágenes se multiplican exponencialmente y van dejando una huella digital permanente de esos niños, sin su consentimiento. Me pregunto cómo les afectará la exposición prematura y constante que viven con una evidente pérdida de privacidad y de control sobre la propia imagen. Especialmente esos chavales cuyos padres practican el sharenting (compartir la crianza) exponiendo constantemente a sus hijos e intimidades.
Sigo investigaciones sobre el consumo de contenidos pornográficos 'on line' en la infancia, o temas de sexting o de cómo circulan ciertas imágenes y me quedo sin palabras. Quienes no están metidos en estos mundos de la cultura visual y los colectivos vulnerables me dicen que las fotografías no tienen nada malo, que lo malo son los ojos que las miran. Y no sé si reírme o llorar con la candidez de la respuesta. Porque no sólo hay imágenes y miradas, sino impacto psicológico y social en el propio entorno del menor y mucho más allá. Leo a expertos hablar de problemas de autoestima, adicciones o trastornos de la alimentación en particular y de salud mental en general y me pregunto: ¿para cuándo una alfabetización mediática de menores y adultos?
Y frente a todo esto, mi sorpresa ante los problemas que mis colegas fotoperiodistas tienen para poder hacer fotos donde haya niños. Hace poco presentamos la guía legal para fotoperiodistas 'Derechos y Límites del Periodismo Gráfico', en la que tuve el placer y el honor de colaborar con abogados especializados y otros miembros del Consejo de la Información de Cataluña-CIC, el colegio de Periodistas de Catalunya, el sindicato de Periodistas SPC, el de la Imagen UPIFC y la UPV de Valencia. En las reuniones se explicaban situaciones reales delirantes, como que se pidan fotos de la cabalgata de Reyes sin niños o que no se permita hacer fotografías de un concierto púbico donde tocan menores.
Para los abogados estaba claro: existe el derecho al honor o a la propia imagen, pero prima el derecho a la información, sobre todo cuando se trata de espacios públicos y los niños (o los adultos) forman parte de una gran cantidad de espectadores. Es decir, que un fotoperiodista puede captar imágenes de eventos públicos y puede haber niños en ellas. Y esto no debería ser un problema.
Mi estupefacción llegó a su límite cuando explicaron que ya se está pidiendo que se quiten todas las fotografías en las que salgan niños en alguna exposición de fotografía documental o fotoperiodismo. Le he dado muchas vueltas últimamente a esta paradoja que me preocupa: redes sociales llenas de menores vinculados a contenidos que me preocupan y una dificultad creciente de los fotoperiodistas acreditados para documentar acontecimientos de interés público en los que hay niños.
Tenemos evidencia histórica de la relevancia de estas imágenes. Las fotografías de niños realizadas por Lewis Hine a principios del s. XX para denunciar la explotación laboral infantil contribuyeron al cambio de la legislación en los Estados Unidos. Los niños han sido protagonistas de fotografías emblemáticas como aquella de la niña del Napalm que tomó Nick Ut en 1972 y que tuvo un enorme impacto en la opinión pública, contribuyendo al final de la guerra de Vietnam. O las del cadáver del niño sirio Aylan Kurdi en una playa de Turquía en 2015 que se convirtió en el símbolo de la crisis de refugiados. Y sigue habiendo niñas y niños en Ucrania, en Gaza, en las inundaciones, en todos los conflictos, crisis y guerras contemporáneas que creo que han de ser vistos porque la ausencia de imágenes de menores para informar sobre estos temas ofrece un relato incompleto que dificulta la generación de empatía y la concienciación sobre el sufrimiento de los inocentes.
La clave, en las imágenes de la infancia, seguramente reside en la proporcionalidad y el sentido común en un tiempo colapsado por la inmediatez, la saturación y los excesos visuales en el que es fácil perder de vista el valor histórico y social del fotoperiodismo. Creo, sinceramente, que debemos encontrar un equilibrio sensato en el que los menores estén protegidos. Pero me preocupan por igual la sobrexposición en redes y la censura en los medios. La primera tiene un impacto vital, psicológico y social que no es baladí. La segunda afecta al derecho a la información, que es la base de la democracia, y al legado visual sobre el que se construyen la historia y la memoria.
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