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Anoche soñé que volvía a Buckingham...», ¡perdón, perdón, a Manderley! Se me ha ido el cuento, a raíz de las revelaciones de esta semana en torno al 'fantasma de Rebeca'. Un mito fantasmagórico que podría, por lo visto, haber sido un memorable capítulo de la ... serie The Crown, en alguna temporada dedicada a los asuntos más góticos. Qué digo un capítulo, toda una trama paralela, prolongada por lo menos hasta finales de los años ochenta del siglo XX, cuando falleció Daphne du Maurier, la autora de la novela Rebeca (1938). Y aún después, pues tratándose de la historia de que trata dicha novela –el fantasma permanente de «la otra» más allá de la muerte–, ni el fallecimiento de la escritora habría evitado algún episodio de reaparición en las estancias de Buckingham Palace, al paso del príncipe consorte. Ojito: Daphne du Maurier (1907-1989). No en vano, autora de cabecera de Alfred Hitchcock. De cabecera, pero por dentro de la cabeza, digo, la de Hitchcock, en la que du Maurier, agraciada con esa dulzura engañosamente infantil de una Mary W. Shelley, creadora de monstruos, introdujo aquella fábula de resiliencia erótico-espectral, tan de Hitchcock; además de enjaularle Los pájaros y de plantarle la Posada Jamaica. Otro par de presencias imborrables gracias a su reimpresión cinematográfica, fantasmal por naturaleza. El caso es que, de ser cierto lo que se ha contado (y si no lo es, no pasa nada, todo es a favor de obra), ahora mismo podría reinterpretarse Rebeca de forma muy distinta, claro. Cada uno de sus elementos, protagonistas y espacios. Incluso podríamos ver a la propia Du Maurier en el papel de 'Rebeca'. Y entrecomillo el nombre porque no sólo Rebeca es la figura femenina sino su latencia, su secreto, su retrato pintado. Resulta, lo habrán leído, que Daphne du Maurier pudo ser amante de Felipe de Edimburgo durante cuarenta años; histórico sentimental que, por lo tanto, entraría de lleno en su vida matrimonial con Isabel II. Entonces: es que no puedo dejar de imaginarme a la Du Maurier asomando en la atmósfera de Palacio. Y a la Reina, advertida de la presencia, a lo Brontë, ¡a lo Rebeca!, de cierta mujer, prendida a la memoria de su apuesto marido, tan estilo de Winter. Me imagino a Isabel II viendo, un viernes por la noche, con la mantita y los corgies, en la televisión, la versión hitchcockiana de la historia, y su real recelo, su mosqueo de novela, su suspense. Sus 'pájaros' en la cabeza, que los tendría. Y su mucho cuidado con el vestuario, para no coincidir en ningún evento con ningún modelito usado anteriormente por la Maurier; y menos, ponerse nunca... una rebequita. He dicho los corgies: seguro que serían los primeros en detectar el fantasma. (¿Sería por todo esto de Rebeca que Isabel II le entregó hace cinco años la medalla de Dama Comandante del Imperio Británico a Olivia de Havilland, hermana y némesis de Joan Fontaine?). Por añadidura, el presunto affaire –que, según se comenta, transcendía el vínculo sexual para alcanzar otra dimensión: la conocida como emocionalidad íntima (sic), como poco, un genero literario– se inició en Cornualles, donde transcurría Posada Jamaica, territorio biográfico y ficcional de Daphne du Maurier. Era un «Anoche soñé que volvía a Cornualles», o cerca. Y lo que vino a continuación es como si –el entonces– Felipe Mountbatten y Daphne de Maurier, con su Rebeca ya publicada en libro y en película, ya inscrita en la galería de fantasmas de medio mundo, para los restos; ya convertida casi en un síndrome o complejo; es como si, quería decir, ambos se hubieran propuesto reescribirla. En vivo. Y con cierta fluidez en el reparto de roles. Así, se revela estos días cómo el joven Mountbatten le confesó a la escritora que sufría de un gran miedo ante su matrimonio, inminente. Y que su deseo era quedarse con ella, con Daphne, y no regresar a la Corte. Volver a Buckingham debía ser una pesadilla recurrente. Pero un destino.

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larioja Otra Rebeca