Nada es real hasta que no lo sueñas. La prueba de que algo o alguien habita o transcurre en el mundo diurno, ése al que solemos referirnos como 'la realidad', es que reaparezca en un sueño. Porque los sueños no inventan nada, a menos que ... no exista ya antes. Si lo has soñado, es que existe. O existió. Es verdad que luego en el sueño puede adoptar formas alteradas. Pero la condición para que se produzcan estas transformaciones es que se realicen sobre una materia anterior. Paradójicamente, hay cosas, situaciones o personas cuya experiencia es más intensa una vez que te las encuentras transformadas en el lado del sueño. Soñar es la garantía de lo real. O dicho de otro modo: lo real, hasta que no lo sueñas, parece que sólo lo has soñado. Digo esto porque es justo lo que me ha sucedido con todo lo relativo a la pandemia: lo he ido pasando, pasando, pasando; no sabes muy bien cómo; ni en qué estado de consciencia; en medio de una noción borrosa del tiempo y del espacio, de las cosas en general, hasta que un día, o sea, una noche, la de este lunes en concreto, tuve el primer sueño en el que los personajes que aparecían en él iban todos con mascarilla higiénica. Por primera vez. Y a la noche siguiente, lo mismo, y a la otra. Los personajes, todos con su mascarilla, por defecto. Ya está, me dije, al despertar: pues es verdad que ha tenido que pasar algo ahí fuera. Y ya se ha verificado el cambio. El formato del sueño se ha actualizado, como un ordenador con nuevo software. Y la prueba era la 'nueva normalidad' onírica, que ya se presentaba protagonizada por el nuevo estándar de personaje, de figura, y que incorporaba todas las medidas y protocolos que se siguen a este lado, el oficial. Dorothy no hubiera podido soñar con los personajes de Oz si no existieran sus familiares y vecinos de Kansas, sobre los que proyectó aquellos. Ergo... no podemos soñar con que la gente va por la calle con mascarilla higiénica si antes no existe gente que vaya por la calle con mascarilla higiénica. Los sueños se han visto obligados a renovar su elenco y su escenografía, para poder reabrir. Y a tomar todas las medidas necesarias, claro está. Me parece correcto. De entrada, si se exige el uso obligatorio de mascarilla para montarte en un autobús, no veo porque no ha de exigirse para circular por un sueño, que es también un espacio cerrado; o aún más delicado: un circuito cerrado. Pero además, será igualmente preceptivo reducir el aforo del sueño. Para evitar aglomeraciones en cualquiera de sus ciclos, sobre todo en los más poblados y profundos. De hecho, ya me pareció que en mi sueño de este lunes salía menos gente que antes. No sabría decir en que porcentaje menos, pero como en el cine, al que tanto se parece la película del sueño, échale un 30% menos. Cabe pensar en otros efectos colaterales de este código paralelo para lo onírico, principalmente por la cautela en el contacto físico: una rebaja importante en el nivel de libido, por ejemplo. Alternativas: sacarle partido al roce de codos. Igual tiene su punto. Un punto que nunca hubiéramos podido ni soñar. ¿Y Freud, qué opina de todo esto? Para futuras noches, se me ocurre elevar a la autoridad sanitaria del sueño algunas dudas sobre el nuevo régimen. La más importante: ¿te puedes contagiar soñando? Eso habría que saberlo. ¿Las famosas gotículas están activas en un sueño? ¿Se pueden producir rebrotes en algún área del sueño? Llegado el caso: ¿convendría confinar el cortex paralímbico o la corteza frontal? ¿Se corresponden las cuatro fases del sueño con las de la desescalada? ¿Se mantiene la distancia de metro y medio como la más conveniente o cabe algo más de flexibilidad? ¿Si ves individuos que no cumplen con las normas sanitarias habría que avisar a la policía del sueño? ¿Hay que darse gel hidroalcohólico al entrar y al salir de cada sueño? ¿Habríamos de hacernos un PCR antes del desayuno y si da positivo ponernos en cuarentena? Y todo esto dormidos, pero ¿y caso de soñar despiertos? En fin, que soñar con este nuevo estado de cosas vino a certificarme que era real lo que nos estaba pasando últimamente, aunque tantas veces pensáramos si no lo estaríamos soñando. Ahora el sueño ha desmentido esta posibilidad: todo era real. Si no, no se habría trasladado al sueño. Lo único que me pasa, eso sí, es el que al volver a 'realidad' hay gente que no reconozco sin mascarilla.
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