Estas palabras fueron al parecer de las últimas que pronunció el papa Benedicto antes de morir, seguidas de otras que delatan lo buena persona que era: «Jesús, cuánto te quiero». Así lo ha contado su secretario particular.

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En mi modesto homenaje que hoy quiero dedicarle – ... han sido muchos de mis lectores que así me lo han pedido– me fijo no tanto en su bagaje intelectual, teológico, con que nos ha enriquecido a todos, creyentes y no creyentes, católicos y no católicos, cuanto en los detalles de cariño, de afecto y de humanidad que ha tenido en sus muchos años de entrega y servicio a la Iglesia.

Yo tuve la oportunidad de ver al papa emérito cuando todavía él era cardenal, con ocasión del doctorado 'honoris causa' que le concedió la Universidad de Navarra allá por el año 1998, y ya desde entonces lo he mirado con ojos nuevos hasta el punto de descubrir el don que ha sido para Iglesia y para cada fiel e –insisto– no solo por su saber. El discurso que pronunció en el Aula Magna me pareció una confidencia hecha en voz alta de alguien que tenía clara conciencia de su misión en la Iglesia, regida entonces por Juan Pablo II, posteriormente elevado a los altares. La confidencia que nos brindó Ratzinger venía a ser la siguiente: «Dios se ha hecho hombre para que los hombres puedan acercarse y conocer la verdad y hacerla suya. Cristo es el camino, la verdad y la vida». Mientras yo le estaba escuchando veía con claridad que la vida del entonces cardenal presidente de la Congregación para la Fe –la más peliaguda de todas– no podía ser otra que su pasión por Cristo, por la verdad de Cristo. «Solamente la verdad nos hará fuertes, libres», nos vino a decir.

Este recuerdo me trae a la mente otro no menos decisivo en mi vida. Campo de concentración de Auschwitz, Polonia, año 2006: «¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal? No podemos escrutar el secreto de Dios. Solo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia. En ese caso no defenderíamos al hombre, sino que contribuiríamos sólo a su destrucción». Palabras más que proféticas.

Y cómo olvidar la presencia de Benedicto XVI aquí en mi tierra, con mi gente, en el 2011, en Madrid, en concreto en Cuatro Vientos ante más de un millón de chavales y chavalas empapados hasta los huesos y que no pestañeaban –no pestañeábamos– cuando nos dijo aquello de que «ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia para que gracias a vuestra fe siga resonando su nombre, el nombre de Jesús de Nazaret en toda la tierra». Cuanto me estimuló a mí escuchar aquello, que luego más adelante vi confirmado con la lectura y meditación en sus libros dedicados a 'Jesús de Nazaret', que recomiendo.

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El hecho que más han destacado los medios de comunicación posiblemente sea el de su renuncia al Pontificado. En sus palabras de despedida a los cardenales y personal de la Curia nos confortó a todos con su sinceridad y sencillez: «Queridos hermanos, os doy las gracias de corazón por el amor y el trabajo con que habéis llevado el peso de mi ministerio, y pido perdón de todos mis defectos».

Un hombre de Dios como él, acostumbrado a decir «gracias, Señor, por todo», ¿cómo no iba a ser capaz de decir, desde lo más profundo de su ser, «perdón por todos mis pecados»?

Los últimos años del papa Benedicto me han servido a mí de mucho. Ha dado pleno sentido a mi vida –pastoralmente inactiva– pero llena como nunca de un nuevo sentido: oración y atención a los demás.

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¡Gracias, Benedicto! En tu testamento has dejado escrito que «la Iglesia con todas sus insuficiencias es verdaderamente el cuerpo de Cristo, camino, verdad y vida». Gracias por mostrarnos a ese Jesús de Nazaret del que tú estuviste enamorado ya desde tu infancia y con el que hoy y ahora estás ya fundido en un abrazo eterno. Sembraste amor a lo largo de tu vida, descansa ya en el amor. Hasta siempre, amigo.

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