Pasan cosas raras. Demasiadas. Tantas que tengo la sensación de estar inmersa en las más surrealistas escenas de 'Stranger things'. Pero no, es la realidad. Y eso que no voy a susurrar nada sobre el escandaloso caso de la legislación penal a la carta que ... está montando el presidente del Gobierno para contentar a sus queridos colegas del 'procés'. Ni mínima mención quiero soltar.

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Pero vamos, que lo demás tampoco es que sea muy normal. Por ejemplo, apenas quedan unas semanas para que se cumplan tres años de la terrible explosión pandémica del COVID-19. Y nos hemos olvidado prácticamente de ella. Casi del todo: ya no sabemos si hay que seguir vacunándose, si hay que inmunizar a los niños o si tenemos anticuerpos. Digo casi, porque inexplicablemente sigue siendo obligatoria la mascarilla en el transporte público. Roza lo irracional tener que ponerse el tapabocas en el autobús para luego sumergirse en un bar abarrotado y plagado de toses, estornudos y pañuelos.

Otra cosa rara: por fin, después de décadas de ostracismo, La Rioja se pone manos a la obra para potenciar de verdad su carácter como cuna del castellano, una oportunidad inmejorable para ubicar la región en posiciones punteras de estudio e impulso del español. Pues bien, no hace más que llenársenos la boca de palabros en inglés que no dicen nada que no pueda expresarse en nuestra lengua. La última muestra: los espacios 'Kiss and go' que ha ideado el Ayuntamiento para evitar las dobles filas en los colegios en los momentos de las despedidas. Si Gonzalo de Berceo levantara la cabeza...

Otra cosa más. Nunca ha habido tanta gente en los bares, terrazas y restaurantes y nunca se han quejado tanto los hosteleros de que sus negocios no funcionan. Algo huele raro. Menos mal que ha tenido que caer la selección española en octavos y hacernos ver que no todo es raro: siempre nos quedará la normal decepción del Mundial.

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