La muerte de George Floyd, calificada finalmente como asesinato por la Fiscalía de Minesota, ha despertado las conciencias sobre la presencia del racismo en las sociedades democráticas. Los ocho minutos cuarenta y seis segundos de su ahogamiento han evocado la esclavitud de hace siglos, la segregación racial de hace décadas, y la profunda desigualdad que afecta hoy día a los descendientes de quienes se vieron despojados tan violentamente de su propia condición humana. Todo en nombre del supremacismo blanco. Aunque hay lugares y zonas oscuras en el mundo en las que continúa practicándose el esclavismo sexual, el tráfico de órganos, la explotación despiadada de menores, la persecución de las minorías y la exclusión institucionalizada de los más desfavorecidos. Todo a cuenta del correspondiente supremacismo. Esas son las lacras que revelan las podredumbres de la humanidad, y que han de prevenirse y erradicarse sin ambages.

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Estas últimas semanas ha destacado un movimiento tendente a depurar la memoria simbolizada y hasta las obras artísticas que ensalzasen o se mostraran condescendientes con el pasado esclavista. Movimiento que no debería convertirse en una corriente indiferenciada en la que se mezclen el derribo de estatuas, la reconsideración de decisiones pretéritas, y el estudio crítico de toda expresión de injusticia inspirada en un supuesto determinismo racial de superioridad e inferioridad. La historia de los pueblos está plagada de episodios atroces que no pueden ser justificados por contextualización. Pero tampoco deben ser borrados o sus protagonistas y coetáneos condenados sumarísimamente al modo de una ola de justicia sobrevenida.

Los reconocimientos y monumentos no tienen por qué eternizarse. Pero las decisiones al respecto tampoco corresponde adoptarlas a unos manifestantes que se sientan agraviados, sino a las instituciones legitimadas para ello. Tampoco las obras artísticas y la producción cultural que recuerda un pasado deplorable han de ser censuradas, sin más, cuando pueden ser motivo de una reflexión enriquecedora incluso sobre la relación entre el mal y la belleza. Nada puede ser más nocivo en estos momentos que la gestación de una contracorriente que defienda la naturalidad pasada de la esclavitud frente a un arreglo de cuentas con la historia que pretenda revisarla.

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