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La imagen de 18 menores reunidos despreocupadamente en un merendero de Logroño durante el pasado puente del Pilar es una alegoría de Logroño en la actual fase de la pandemia. Una generalización peligrosa y seguramente injusta, como casi todas; pero en este caso se antojan ... contados los libres de culpa. La capital riojana está bajo la lupa de las autoridades sanitarias. Las alarmas las han desatado las tasas de positividad y de ocupación de las camas UCI, ambas por encima de los límites establecidos. Queda por franquear una única muga, la de la incidencia acumulada, que con 398 casos por cada cien mil habitantes ha desbordado las recomendaciones de la OMS y de la agencia de la Unión Europea (ECDC) y apenas se soporta por debajo del generoso listón marcado por el Ministerio de Sanidad (500 casos por cien mil). A las puertas de una segunda ola que aún no ha llegado, quizás sea tarde para los llamamientos a la responsabilidad individual. Imbuido por una anormal rutina de despreocupación, Logroño se ha visto devorado por un virus que, como nos venían advirtiendo desde todos los frentes, está ahí. El endurecimiento de las medidas sanitarias y el confinamiento de la ciudad se intuyen como una posibilidad más próxima que remota.
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