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En bastantes tierras de España, por lo que oigo y leo, siguen celebrándose distintas fiestas de quintos. Me refiero, desde luego, a las que practica el personal joven y el menos joven. El martes pasado, por ejemplo, mis quintos convocaron un viaje a Bilbao y ... allá nos fuimos aquellos a quienes agradó la idea. El día anterior atendimos a los telediarios, desde donde se previó alguna borrasca tempranera. Efectivamente, cuando llegamos al Bocho el suelo evidenciaba la visita de la lluvia muy de mañana, que regresó en forma de sirimiri o calabobos durante cinco minutos hacia la una de la tarde.
El resto del día, fuese y no hubo nada, a la manera del estrambote o final de aquel soneto de Cervantes (dispensen el cultismo; me sirvo de él por si algún partido ganador, el que sea, me elige como asesor, aunque sea de citas que vengan a mano en los discursos; es que quiero ganar un dinerillo para cambiar mi móvil huawei). Gracias, y prosigo.
El caso es que un servidor, cuando forma parte de una excursión que camina sin guía, suele perderse solo por la localidad de que se trate habiendo conseguido antes un callejero en la pertinente oficina de turismo. Así me dirigí hacia la plaza Nueva, al lado de la cual, en la calle Libertad, figura Las 7 calles (almoneda, libros, coleccionismo). Se ofertan varios libros del siglo XIX acerca de los cuales se advierte que están editados «con letra gorda», aviso que uno agradece porque he observado que actualmente salen al mercado ejemplares dotados de una letra tan minúscula que más bien parecen editados para que únicamente puedan alcanzar a descifrar su contenido las águilas de Sierra Cebollera. Aledaña se halla Topa...! (librería de segunda mano, fotografía); atiende Mireia, moza de pelo corto, a la que merco dos publicaciones, una de Blasco Ibáñez y otra sobre los Borgia (lo que vende esta familia valenciana todavía...). Comimos en el 'Iruña' y me perdí de nuevo por la parte vieja. De mañana me había resguardado del sirimiri en la catedral de Santiago. Me he fijado en que de los seis negocios que funcionaban hace años adosados al ábside del templo solo permanece abierto Joyería Maite. En uno de los muros del claustro un cartelito reza: «Inundaciones 26-VIII-1983, 3,45 ms. aquí». Con la misma entrada visito la iglesia de San Antón, donde encuentro a dos arnedanos, Cosme y Damián; acierto a leer en una placa que las dos esculturas son un homenaje del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Vizcaya a la Cofradía de Cirujanos de Bilbao. Aún tengo tiempo de descansar en la terraza de la plaza Unamuno, en una de cuyas esquinas una gran pancarta proclama: «¡Dale duro, Maduro!». Miro al busto de don Miguel y tengo la impresión de que ya no le queden ganas de escribir un ensayito sobre Venezuela.
Desde el Arenal bilbaíno el autobús regresa raudo en una hermosa tarde sol. Al llegar a casa, la radio informa sobre desórdenes en encuentros futboleros y apuestas futbolísticas. Menos mal que al menos los aficionados a la política van a tener ocasión de gozarla hasta el 15 de junio y -sospecho- bastante más adelante. A este rato pensábamos que nuestra amada Patria iba a estar tan animada cuando fuimos a la mili casi en tiempos de los dinosaurios...
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