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De Cuentos de la Nueva Normalidad, vol. II (Tanino Editor, 2020, pp. 25-27): «Y vio Don Alonso cómo los días y en mayor medida su envés, las noches, habrían de hacérsele durante la reclusión más eternas que una letanía, cuando ideó que mejor ... sería el probar a distraer el juicio, tan aquejado por la febrícula y la astenia –por demás a la desazón– con las muchas novelas, hazañas y facecias que corrían en las plataformas, y de las que tantos portentos se pregonaban. Pues, a lo que se decía, debían andar por ellas Roldanes, Palmerines y Amadises digitales, entre otros caballeros columbrados por el ingenio reciente de las llamadas «series», tomos que a remedar venían los viejos cordeles en que en otros siglos se encuadernaban las aventuras, los romances y los discursos, y que ahora, antes que en el tórculo de la imprenta, se hallaban estampados en la pantalla plana del televisor, artefacto que, un vez consumado el tiempo en el que don Alonso era capaz de descifrar hasta la letra minúscula, tanto auxilio le prestaba en su viudedad, lindante ya con el umbral de la edad plateada, proclive de por sí a la quietud de la contemplación y del sillón orejero. Máxime si por toda compañía sólo entraban en su casa una empleada de hogar que, cubierta de nariz a barbilla con un mascara de paño, se ocupaba de la limpieza de su aposento dos veces por semana, dejándole –de paso– olla para varios días, y una sobrina que frisaba los veinte, bachillera y animosa, que por invitado tenía a su estimado tío en el usufructo de dichas plataformas, imaginadas por sus maravillosos nombres –¡Netflix!, ¡Amazon Prime!, ¡HBO!, ¡MoviStar!– cual reinos lejanos y por supuesto de pago, algo que él, por su sólo y flaco subsidio, no hubiera sostener; así como por la escasa destreza en el manejo de menús o en el arte de la resintonización. En todo ello habría de instruirle la sobrina antes de poner en sus manos, como único y principal aparejo, el conocido como «mando a distancia», que habría de permitirle alternar las rutas por los mencionados reinos, ahora por fin a su alcance. Don Alonso no quiso esperar y ya la primera noche, sin ni siquiera cenar –magramente, como solía–, aplicose a trastear con dicho mando, con mucho afán y asombro de las cosas que a su vista se aparecían, mudando de un canal a otro canal y entrando en el repertorio de las famosas 'series'; tomándolo todo, claro está, por un puro encantamiento en su fantasía, cuando no en su disparate o sinrazón. Pero, hete aquí, fuera por su afición a la invención, por la soledad o por el insomnio, que de resultas se enfrascó en ellas; un mal que los doctores que luego habrían de tratarle catalogarían como «engancharse», y que era una novedad. Y es que, verdaderamente, según testimonio de la empleada y de la sobrina, Don Alonso llegó a no poner freno contemplando aquellas series, sin distinción de plataforma o de asunto. Sin otro alimento que sus incontables deshoras de ingesta y las píldoras de paracetamol que le servían para contener las miasmas. Tal era su dieta principal. Temporadas, tanto las largas como las breves, igual le daba, consumidas de un tirón, sin sosiego. Y que atropelladas en el seso de don Alonso mezclarían personajes y tramas hasta componer un solo campo de batalla y de sortilegio. De forma y manera que le daban las claras al hombre en tal o cual comisaría, imperio, ciudad, civilización o mundo no por soñado menos verídico: en la fiereza de los entuertos, en lo empoderado de sus damas, en la cualidad de sus infinitos peligros –para don Alonso inconcebibles–, en las metamorfosis de sus monstruos, en la ausencia de tapujo y en lo hábil de las muchas vueltas que a la máquina del drama le daban sus autores, doctores en la industria de la ficción. Y así, del mucho ver y del poco dormir, Don Alonso, desvelado en su intento de desentrañar el sentido de aquel marasmo prodigioso y sin fin, resultó «engachado» a su elenco formidable, a cuyas figuras llegó a tratar con familiaridad, y –aún más– deseoso de no perderse por nada ninguna de las secuelas que en las siguientes temporadas se fueran desvelando. Pero entretanto, una vez decretado el final del confinamiento general en que estaba sumida la nación, y mejorado del virus que, en lo particular, lo había reducido a la cuarentena domiciliaria, don Alonso no dudó en salir a la calle, contrariando la opinión médica, cautelosa de su estado, para empeñarse en ensartar con el mando a distancia los gigantes de la Nueva Normalidad».
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