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Que igual es porque los malos, como están todos en casa, no se dejan ver. O puede que, como ocurre en los tiempos de tensión, uno se ponga hiperemotivo y algo modorro. También es posible que sea tonto, en fin, si ya no lo he ... superado a estas alturas no hay caso.
También es verdad que escribo esto después de volver del balcón, tras sacar a mis dos churumbeles a aplaudir al cielo raso, al ritmo del «resistiré» que pone un vecino. Y como uno es un fulano con la lágrima fácil, estos balconeos diarios le abren el corazón.
Pero la verdad es, vecinos, que os quiero. Esto del coronavirus es de lo peor que recuerdo, pero está teniendo una virtud asombrosa: sacar a la superficie, ahí donde habitualmente sólo vemos manchas de aceite y porquería flotando, la verdad que estaba más al fondo.
Y qué verdad es esa, mi gente. Cómo no quereros a todos, si os habéis ido todos a casa sabiendo que, en realidad, a la mayoría no os iba a pasar nada si os quedábais en el parque. Que sí, que es el miedo y tal. Pero también una cosa muy buena que nos ha ido saliendo con los milenios: civilización.
A final, la historia de la humanidad sólo tiene una gran, única y simple enseñanza. Y es ésta: o nos cuidamos los unos a los otros, o nos vamos al barranco todos juntitos. Puede que cuando esto pase se nos olvide un rato, y la mierda vuelva a sobrenadar. Pero mientras, eso, que os quiero. Más a los de las batas, ahora mismo. Pero a todos.
Muá.
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