Ayer me entró un pánico pequeño y absurdo. Buscando una novela entre una montaña de libros, me atacó una angustia estúpida al pensar en qué sería de ellos cuando yo no estuviera. Ya ves tú, la tontería. El miedo real no es lo que le ... pasará a los libros, sino lo que me pasará a mí. Pues me pasará que me lo perderé todo. Y no me gusta perderme nada. Los libros se los quedará el heredero, pero eso no les asegura la eternidad. No sé qué hará con mi biblioteca después de vaciar los armarios, de donar la ropa, de guardar las fotos en papel y de tirar medicamentos que ya no salvarán a nadie. Puede que la haga más grande, sumando sus libros a los míos como yo sumé los míos a los de mi madre. O, por el contrario, puede que se deshaga de ellos sin ningún tipo de piedad, arrancándoselos a la casa de un tirón como quien se arranca una banda de cera depilatoria del bigote para acabar vendiéndolos por lotes, o regalándolos a la biblioteca municipal, o repartiéndolos entre los conocidos, o tirando a la piscina aquellos ejemplares que no le gustan y quedándose solo con los que le interesan, en una suerte de selección artificial, umbraliana y chulesca. Lo que no hará es quemarlos en la primera chimenea del otoño homenajeando a Pepe Carvalho porque no sabe quién es Pepe Carvalho. Y porque aquí no hace tanto frío.

Publicidad

Si los conserva, hará bien. Si los tira, también. Al fin y al cabo, no es su vida la que está desperdigada por las estanterías y los alféizares de las ventanas, sino la mía, la conformada por los libros que he leído y los que leeré, que todavía hay algunos esperando, con su faja puesta, su olor a imprenta y sus esquinas sin doblar. Que haga lo que quiera. Incluso leerlos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad