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«Portugal siente un vínculo extraordinario con Brasil; también con Francia, a la que le unen lazos culturales, o con Inglaterra, que es su diosa madre. Españoles y portugueses somos diferentes. Mucho»
Pilar del Río
La primera vez que visité Portugal fue en 1971. El ... país vecino estaba inmerso en una guerra colonial y la pobreza corría a raudales. A un crío como yo le extrañaba que fueran mujeres quienes construyeran los edificios, arreglaran las carreteras o cuidaran los jardines. Los hombres, en su mayoría, estaban en el frente de batalla.
Casi medio siglo después, muchas cosas han cambiado en ambos países, pero aún estando espalda contra espalda y habiendo permanecido durante siglos bajo la misma corona, tiene razón la viuda de Saramago. Frente a la vehemencia española, los portugueses observan la vida con más sosiego, como si estuvieran escuchando un fado.
La crisis del COVID-19, por ejemplo, aquí se lleva con educación pero con firmeza. Desde el primer momento, la oposición (de derechas) tendió la mano al Gobierno para superar todos juntos la pandemia sanitaria y económica, que aún se presume larga y harto complicada. Y sin banderas ni golpes de pecho.
Ayer, cuando leía la prensa de Madrid en Oporto, sentía rabia y envidia. Buena parte de las portadas patrioteras saludaban con ¡hurras! la no elección de Nadia Calviño como presidenta del Eurogrupo. Mientras, un bancario que tomaba café junto a mí, comentaba: «Qué pena que el cargo que hasta ahora ostentaba Màrio Centeno no se quede en la Península Ibérica, ¿no?».
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