Que no sé

Si algo no tiene nombre, no existe, y si el que tiene es feo o insulso, es mejor ponerle otro. No hay palabra más evocadora para los que amamos el fútbol que 'La Orejona', porque nos lleva a esos años gloriosos de Gento, Di Stefano, Puskas... los tiempos en los que el público abarrotaba los campos y saltaba y se abrazaba en las gradas; parece que fue hace un siglo.

Hay otra clase de nombres que vienen solos y quedan impecables como guantes de terciopelo. Pasa con el diputado independentista de apellido Rufián, qué feliz casualidad. También lo pienso cada vez que sale esa foto del rey Juan Carlos surcando el mar en un yate. Aparece con gafas oscuras y gorra, y en el casco se lee, en letras gigantes, la palabra 'Bribón'.

Si hay un nombre que se ha impuesto en este año de pesadilla es el del 'bicho'. Nos ha dado por referirnos así a esta plaga para hacerla más cercana a nuestra realidad porque el virus es invisible a nuestros ojos y las cosas invisibles no se comprenden del todo; nos pasa con Dios, con el 5G, con el alma, con la radiactividad o con la suerte, a la que en Navidad llamamos 'el Gordo'.

En una tienda de Vara de Rey hay unos maniquíes a los que voy a terminar poniendo nombre. Paso cada día y los veo tan engreídos, tan despreocupados mirándonos sin mascarilla desde el escaparate que, sin pretenderlo, son un instante congelado de nuestra vida hace un año. Ellos tienen ropa más cara que la mía, pero darles un nombre será hacerlos manejables, comprensibles, una forma de asimilar esto que nos pasa ahora y que ya no sé expresar.