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Qué hacer ahora que no hay nada que hacer? Pues, oír la radio, ver la tele, hojear prensa, saludar el reflejo del vecino, aspirar la fragancia antioxidante que voltea el jardinero, animar al perrito a tirar de su mascota y al frutero enmascarillado a consumar ... su proyecto de alimentar a los chuchos con antivirales fresas: Voy por pan, saco al perro, voy por fresas...».
¿Qué hago yo oyendo radio, tele, fresas? Pues, comprobar si soy esa señora de avanzada edad con dolencias previas a la que han dado preferencia de paso en las estadísticas de salida a cielo abierto. En esta línea que escribo, no, yo no soy ésa; en la siguiente, si sigue es que sigue y tiro líneas.
¿Qué me queda por hacer? Pues, cambiar el mundo. Difícil, porque la historia cuenta que ni tiene cambio ni lo quiere; se gusta a sí mismo, terrible y adorable, hermoso y detestable, depredador y nutritivo, frío y abrasador, tierra prometida e inabarcable destierro. Son sus cosas, él es así, agota al más templao. Yo, bichito contaminante que subsiste gracias a sus nutrientes, le adoctrino: si tú no quieres cambiar, ya cambio yo. Y reestructuro mi territorio interior, en reparador silencio, recuento mis bazas por si ya tengo las cuarenta y espero su rayo justiciero entre la indiferencia y la desesperación. Si me sobro de indiferencia, me como una onza de chocolate; si me desespero, una tableta entera (ni un gramo más, por si el racionamiento).
¿Qué puedo aprender? Pues, aprovecho la estancia en mi prisión permanente revisable, incomunicada y sin fianza, para investigar, científicamente tirada en mi sofá cama pluridireccional, cuál es el grado exacto de diversidad tonal entre los rojos, amarillos, bermellones y aceitunados del sol que sale por el este y los cremosos blancos, magentas feroces, azulones ultramarinos y sienas rotos del sol que cae por el oeste. Todo un museo de naturalezas vivas y en directo, con salas móviles en continuidad: impresionistas, surrealistas, 'fauves', abstractas; con esculturas blandas, animadas, cisnes que aletean, elefantes torpones, bailarinas cimbreantes, rostros en continua transformación según sopla brisa o temporal. Si el Ebro transpira brumas, todos los colores, incluidos los de la noche, son de salsa inglesa.
¿Qué espero? Pues, el resultado de la Champions League del Príncipe de las Tinieblas. Socia del equipo de César Vallejo, poeta que denuncia con hermoso sentir el juego amañado del amor contra la muerte, sigo el partido aunque pierda. Y al fin de la contienda exhortar todos a los caídos, a cada combatiente muerto: «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!». Amar tanto, soñar tanto, luchar tanto son muchos tantos para darse por vencido: «...les vio el cadáver triste, emocionado;/ incorporóse lentamente,/ abrazó al primer hombre; echóse a andar...».
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