La entrada de tropas rusas en el Donbass, después de que Vladimir Putin reconociera la independencia de Donetsk y de Lugansk y cuestionara la legitimidad histórica de Ucrania para existir como estado, hizo ayer realidad la amenaza que latía tras el cerco militar que Moscú ... mantiene en torno a la libertad de los ucranios y su soberanía territorial. El contingente que atravesó la frontera, denominado cínicamente «pacificador» por el Kremlin, se suma a las unidades rusas que operaban desde 2014 en un tercio de la extensión de esas regiones, confundidas con milicias secesionistas. La condena del Consejo de Seguridad de la ONU y las sanciones económicas que se disponen a aplicar Estados Unidos, la UE y Reino Unido deben materializarse de inmediato, sin que ni los ciudadanos rusos ni los de los países democráticos –y, en especial, los ucranios– perciban que la 'invasión limitada' figura entre los costes ineludibles del conflicto.

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El representante de Rusia en el Consejo de Seguridad declaró que su país «no quiere un baño de sangre», transfiriendo así al Gobierno de Kiev la responsabilidad de lo que pudiera suceder sobre el terreno, pero, sobre todo, presentando la invasión armada como un acontecimiento ordinario. La concepción de la que Putin hace gala respecto al Derecho internacional, al erigirse en sus palabras y en sus hechos en intérprete último de qué país del entorno de Rusia merece contar con un estado propio e independiente, resulta tan o más amenazador que el avance de tropas. Es significativo que mientras el autócrata ruso reclama que Kiev dialogue con representantes de Donetsk y Lugansk en cumplimiento de los acuerdos de Minsk, él va mucho más allá del contenido de estos al conceder a ambas regiones ucranias la independencia bajo la tutela y el Ejército del Kremlin.

Frente a la conclusión equidistante de que la diplomacia no se ha hecho valer, lo ocurrido demuestra que una y otra vez Putin utiliza las conversaciones con otros mandatarios para confundir a parte de la opinión internacional y legitimar sus decisiones ante los ciudadanos rusos. Utiliza las escenas diplomáticas para escalar en la imposición de postulados sin encaje alguno en la razón y el Derecho, y que solo atienden a juegos de fuerza. Las democracias no pueden aceptar una enésima ronda de contactos o de negociaciones simuladas sobre la base de que un tercio de Donetsk y Lugansk pertenecen ya a la órbita del Kremlin a modo de supuestos estados independientes.

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