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El presidente de Rusia, Vladímir Putin, informó ayer de que había ordenado a su gobierno dar instrucciones a la empresa Gazprom para enmendar los contratos que mantiene con los países «no amistosos» obligando en adelante a sus respectivas compañías a pagar en rublos el gas ... que reciban. Un anuncio verbalizado en términos imperiales, coincidiendo con las manifiestas dificultades que el Kremlin está encontrando para invadir y ocupar Ucrania, hecho público la víspera de la doble cumbre que reunirá a esos «no amistosos» en Bruselas. La de la Unión Europea y la de la OTAN. La pretensión de salvar así el rublo es, en realidad, la enésima amenaza de Putin contra Europa, emitida desde el mismo despacho desde el que ha alardeado días atrás de poseer un botón nuclear, o advertido a los demás países limítrofes con Rusia de que tampoco están a salvo. La dependencia energética europea no puede alentar los delirios invasores de Putin, ni por omisión. Aunque ello comporte la reducción de consumos y la renuncia a mayores tasas de crecimiento. Hoy y mañana el mundo democrático debe dejar claro desde Bruselas que la autocracia instalada en el Kremlin no tiene otra salida que someterse al derecho internacional.
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