El mar de Putin

No cabe fantasear que ningún diablo aparezca a tentarle con un «todo esto te daré», como a Jesús en el desierto. Putin ya cayó hace años en la tentación de tomar al ejército como suyo. Por eso lo ha enviado a destruir Ucrania donde él solito ha descubierto un nuevo nazismo que derrotar. Padece del mal propio de cualquier líder totalitario, una ceguera que permite ver la paja en el ojo ajeno. Él cree que la violencia fortalece. Usa el miedo como elemento de dominación, para eso se inventó la represión, para limitar la libertad ajena y silenciar el pensamiento libre. No sé cómo lo llamará Putin pero esos fueron los instrumentos del nazismo.

En hacer que la mentira parezca verdad todos los autoritarismos son muy astutos. Putin no pronunció en su discurso la palabra guerra. Habló de acción preventiva para salvar a la gran Rusia que los aliados de los nazis quieren destruir. Sus argumentos recuerdan a los maltratadores que te matan o te golpean con rabia hasta perder la consciencia pero lo hacen porque les obligas a hacerlo, porque tu actitud lo hace inevitable. Así justifica Putin la violencia a la que, en su lógica, Occidente le obliga.

Lo terrible de todo esto es que muchos rusos, millones de ellos, siguen creyendo todos sus cuentos bendecidos por el multimillonario Cirilo I, patriarca de la iglesia ortodoxa rusa. No solo le creen en Rusia sino también en Europa. En EEUU crecen las adhesiones a la iglesia ortodoxa por admiración a Putin y a los valores tradicionales que propugnan sus políticas que limitan los derechos de mujeres y homosexuales, entre otros. Parece que algunos quieren un mundo cada vez más intolerante, egoísta e inhumano. Y es que, como escribió, León Felipe, es cierto «que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,/que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,/... y que el miedo del hombre.../ha inventado todos los cuentos».