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Como me imagino que todos ustedes saben, hace ya unas semanas que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) declaró firme la sentencia que reafirmaba la obligación de que en el sistema educativo de Cataluña se diera un mínimo del 25% de enseñanza en ... castellano. Como siempre la sentencia les cayó bien a unos, regular a otros y mal, pero que muy mal, a ese grupo de separatistas trasnochados que parecen defender la teoría de que en cuestión de conocimientos, cuantos menos más.
Pues bien, a lo que íbamos; resulta que uno de esos separatistas, de cuyo nombre no quiero acordarme, el pasado miércoles 20 de abril y tras conocer la determinación del Tribunal en lo relativo a lo de las clases en castellano, decidió iniciar una huelga de hambre para manifestar su descontento con la decisión tomada por el TSJC.
Una huelga de hambre. Siempre un trágico recurso, una funesta decisión que en este caso recibió el apoyo de algunos señalados separatistas, de aquellos que fueron generosamente indultados por el gobierno del señor Sánchez tras los alborotos del I-O. «Eres muy firme e incansable, abrazo gigante», le escribía uno. «Te admiramos y te amamos» le escribía otro, henchido de fervor catalanista.
Y es que no es para menos. Una huelga de hambre, esa abstinencia de alimentos que se impone a sí misma una persona, de manera voluntaria, mostrando de este modo su decisión de morir si no consigue lo que pretende, no es cosa baladí, es toda una tragedia. Una tragedia que en este caso podría haber acabado de la forma más luctuosa imaginable, si no fuera porque esta huelga, como decíamos iniciada el miércoles 20 de abril, el caballero huelguista la dio por terminada el viernes 22 de abril , es decir cuarenta y ocho horas después.
Como lo leen, una huelga de hambre tan breve, tan breve, que pienso yo que al huelguista casi ni tiempo le daría de tener hambre, pero huelga esta que, según dice el huelguista, la ha terminado «satisfecho de los efectos que ya se empiezan a notar a nivel local». (¡Vamos!, que ni la purga de Benito empezando a notar efectos).
Resumiendo, que no entiendo a qué viene tanta bobada y todavía entiendo menos a qué viene el que otros se la coreen con especial devoción, pero, fuera del entender o no entender, he de confesarles que sí hay una cosa que temo. No es otra que casi estoy seguro de que, a pesar de la sentencia del TSJC y gracias a pactos de legislaturas, acuerdos de quita y pon y posibles contubernios, ya me gustará a mí saber cuándo, de manera efectiva, va a ponerse en marcha eso de la sentencia obligada de las escuelas a dar el 25% de las clases en castellano, porque pensar que por aquellas partes se vayan a cumplir a rajatabla las normas dadas por el Tribunal no se lo cree ni el Tato. Y si no, al tiempo. Y hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.
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