Un mal punto de partida
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EDITORIAL ·
Es de temer que el plan de la CE contribuya a alentar posiciones que ven la llegada de migrantes solo como un peligro para los nacionalesLa propuesta sobre migración que la Comisión Europea de Ursula von der Leyen ha remitido al Consejo y al Parlamento se limita a hacerse eco de las distintas posiciones que cohabitan en la Unión para acomodar a los Gobiernos. Cada uno de los veintisiete podrá ... elegir entre la acogida de los migrantes en su territorio, el patrocinio de su retorno a lugares seguros y, en última instancia, la contribución financiera a su recolocación en otros países de la UE. La propuesta desecha la reubicación obligatoria de las personas que arriban a las fronteras de la Unión, atendiendo al rechazo que ello suscita por parte de Austria, Hungría, Bulgaria, Polonia, la República Checa y Eslovaquia. El galimatías ideado por la Comisión podría ser considerado simplemente pragmático si resultase fácil de aplicar y, sobre todo, si no eludiera la fijación de principios humanitarios comunes a todos los europeos en línea con el Pacto Migratorio de la ONU. Pero en tanto que prescinde de atender de manera compartida a la corriente migratoria que llega a nuestras latitudes, con personas y hasta familias enteras que en muchos casos tienen la intención de arraigar en uno u otro país, la pretensión de ordenar una solidaridad a medida de cada uno de los veintisiete no solo hará recaer el esfuerzo en los países fronterizos –como es España– y en los de especial preferencia para los migrantes –como puede ser Alemania– sino que dará lugar a nuevas resistencias por parte de quienes se venían negando a su distribución por cuotas. La flexibilidad en los compromisos que ofrece la Comisión resultaría válida y hasta podría ser más eficiente si partiera de una mayor cohesión europea respecto al fenómeno de la migración. Pero es de temer que contribuya a alentar aquellas posiciones que perciben la llegada de migrantes solo como un peligro para la estabilidad y el bienestar de las poblaciones de acogida. Los Gobiernos más celosos con el mantenimiento de sus fronteras bien podrían acabar negándose a asumir cualquiera de las otras modalidades que les brinda la propuesta de la Comisión. Las «respuestas de solidaridad adaptadas a escenarios específicos» quedarían igualmente a expensas de lo que los más renuentes estén dispuestos a hacer. Hasta el tratamiento individualizado de los casos correría el riesgo de convertirse en una vía propicia a la arbitrariedad. El problema es que, fijado en esos términos el punto de partida, resultará difícil que el Parlamento y el Consejo mejoren la propuesta de la Comisión.
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