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Cuando uno se 'hospeda' en el Hospital San Pedro, al entrar en la habitación asignada encuentra un folio plastificado con una declaración de intenciones que recoge los deberes que debe asumir como paciente, o como familiar de este, y los derechos que les asisten. Uno ... de esos fueros a los que se compromete el centro sanitario, reza textualmente en su punto 2: derecho a «recibir en todo momento un trato humano, amable, comprensivo y respetuoso».
Soy testigo de que la inmensísima mayoría de los profesionales cumple esta obligación y lo hace con nota. Lo que para el acompañante del doliente postrado es un gesto de bondad tan reconfortante como impagable. Pero el lento pasar de las horas, de los días, hace mella tanto en el que está tendido en la cama como en el que intenta llegar a un pacto de no agresión con ese butacón de los horrores, torturador de día, sádico de noche. Y entre calmantes, sueros, antibióticos y miradas obsesivas a los pequeños, casi imperceptibles desconchados de techo y paredes, el cuidador se ve embargado por la presión, el agotamiento físico, el malestar general y los sentimientos de rabia, angustia y fatiga.
Una tormenta emocional perfecta, un diluvio sensitivo cósmico, que estallan sin control si, por ejemplo, una auxiliar pintada como una reina drag, altanera, gritona, resabiada, petulante, inmisericorde, que olvida que eres tú la que les pagas el sueldo, no su sindicato, y que deja su humanidad en la taquilla te manda a paseo si le pides, «por favor», cierto celo sobre tu familiar porque tienes que ir a trabajar y nadie puede relevarte. Chica: relee el puto punto 2. Haz el favor.
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