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Puigdemont demostró ayer su capacidad de convocatoria en el acto celebrado en Perpiñán (Cataluña Norte), junto a la frontera española, pero hizo gala de desorientación al afirmar que había conseguido regresar a Cataluña: como le recordó Manuel Valls en un certero tuit, estaba en realidad ... en Francia, una república una e indivisible, protegido por su inmunidad parlamentaria, pero sin ser bienvenido a dicha localidad. En el acto, el expresidente de la Generalitat convocó a sus fieles a «preparar la lucha definitiva», para lo cual deben permanecer tensionados porque «el Estado sólo entiende la voz del pueblo movilizado». La apelación al unilateralismo fue clara. En realidad, el alarde de Puigdemont tenía como principal objetivo desautorizar la estrategia pactista emprendida por ERC, cuya mínima representación estaba encabezada por Ernest Maragall. Y así, Clara Ponsatí, exconsejera de Educación, tras aplaudir a «los jóvenes que ganaron la batalla de Uquinaona» -los incendiarios-, manifestó que «de nada sirve aplazar la independencia. No nos dejemos engañar por mesas de diálogo del engaño que sólo buscan ganar tiempo». Junqueras ya sabe, pues, que los posconvergentes, con Torra al frente, boicotearán su apuesta por la negociación.
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