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La vida es muchas cosas, pero hay algunas que no es. Y definitivamente, un juego, no. Tampoco una peli. Ni una cuenta de Instagram. Aquí las cosas que haces no se acaban cuando te metes el móvil en el bolsillo: tus acciones te persiguen y ... la mayoría de las veces acabas pagando por ellas. O cobrando, en todos los sentidos posibles.
De eso ya se han enterado los siete chavales de Logroño que ahora están en la cárcel por tirar piedras, romper cristales y quemar contenedores el sábado. Que eso no tenía sentido lo sabía cualquiera, hasta los que se sacaban selfis y se besaban delante de los contenedores quemados en Vara de Rey. Pero se dejaron llevar, dale dale que viene la poli.
Y mientras los que les calentaron la cabeza (algunos políticos, algunos voceros, algunos artistas del Telegram) están en su casa disfrutando tranquilamente de su indignación y viendo a ver si gana Trump, estos siete están en la trena. Y créanme, cualquiera que haya visto una cárcel por dentro sabe que allí sólo hay una verdad: es mejor estar fuera.
Que no, que no era un juego. Que la poli tiene que hacer su trabajo (gracias) y que todos dependemos grandemente de que lo hagan bien. Y que la sociedad tiene que responder, en las espaldas de estos críos, a un desafío que es mucho más serio, porque amenaza con dejar en nada el esfuerzo de la gente que en los hospitales intenta que no mueran más.
Al menos hay algo seguro: estos siete ya saben el verdadero significado de la palabra «libertad».
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