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A esta fecha, algunos están a punto de llegar a la meta y otros a un centímetro de abrazarse a la decepción. Alcaldías y presidencias de comunidades son objeto de deseo de cientos de candidatos. Hasta hoy nos han abrumado con promesas y ahora es ... el turno del pueblo soberano. Hay que reconocer que estamos agotados porque llevamos meses metidos en harina electoral. Decimos que pasamos de todo pero no es verdad. Seguimos aguijoneados por la curiosidad y expectantes ante los resultados. Puede que la campaña y la política resulten agotadoras pero más insoportable era no poder votar. Por eso a los padres y a los abuelos les gusta tanto disfrutar de su derecho, tratan de suplir los tiempos de la prohibición.
Tras el recuento de los votos podemos sorprendernos de que el desenlace no coincida con nuestras preferencias y de que los demás no vean las cosas como nosotros, pero el resultado mostrará la pluralidad de nuestra sociedad. Hemos de vivir cada día con el que piensa diferente y esa es la riqueza de la democracia que debemos preservar. El Parlamento es nuestro espejo y no podemos renegar de la imagen que nos ofrece porque es la nuestra. Por eso, dentro y fuera de él lo importante es salvaguardar la convivencia cultivando la tolerancia. Confío en que tras las elecciones del domingo se rebaje un poco la tensión emocional en la que llevamos viviendo demasiado tiempo. Tanto ruido oculta la realidad y elude los problemas.
Si hacemos caso de las encuestas, hay muchos municipios y comunidades en los que huele a cambio. La Rioja es una de ellas. Tras un cuarto de siglo de gobierno del PP, es posible que el PSOE sea la clave de un nuevo tiempo, aunque todo indica que necesitará fraguar nuevos consensos. Hay que reconocer que en la política más cotidiana, es más fácil llegar a acuerdos porque la inmediatez de los problemas obliga a dar soluciones inmediatas. No tengo igual sensación a nivel nacional.
Quienes creen que concluida la campaña volverá la calma no son conscientes del clima de enfrentamiento que han generado las estrategias improvisadas al calor de la contienda y que tanto han erosionado la convivencia. Lo que se ha vivido en la constitución del Congreso de los Diputados es un síntoma de lo quebrada que está la capacidad de sumar voluntades en consensos amplios. Se percibe demasiado ruido y demasiada furia y en ese clima es imposible suscribir los acuerdos de calado estratégico que precisa España.
Se han extremado hasta los gestos más naturales de la convivencia y cortesía parlamentarias. Miradas penetrantes, gestos duros. Se niegan saludos y los que se otorgan por educación se analizan como pactos ocultos. Los políticos presos se victimizan como elemento de propaganda para los suyos mientras, quienes se dicen constitucionalistas, quisieran negarles no solo el saludo sino aquello que la propia Constitución les permite. Nadie duda de que serán suspendidos en sus funciones, por eso no conviene teatralizar lo evidente. No es bueno odiar por encima de las necesidades de la convivencia y eso es aplicable a los unos y a los otros que se retroalimentan ansiosamente del odio ajeno sembrado para romper la convivencia. Mal camino.
Esta legislatura no sabemos si será larga pero va a ser hosca y agria. Perdedores y ganadores, recién llegados desde los extremos y candidatos a líderes que han de forjarse en la arena parlamentaria no debieran olvidar lo que ha recordado la nueva presidenta del Congreso, Meritxell Batet: «La democracia no solo es contraste y confrontación, sino construcción de amplios consensos». Los diputados son «la expresión plural y diversa de una sociedad plural y diversa». Y ha añadido: «Cada uno de nosotros somos del pueblo, pero ninguno somos el pueblo». España somos todos y España no será tal sin todos. Por eso, odiar es mal negocio. Para construir el futuro los ciudadanos hemos de votar, queda mucho por hacer y demasiados incendios que apagar.
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