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Da gusto que sea primavera; incluso se nota aquí en el hospital, desde donde les escribo. Nada más amanecer, la linterna del sol ilumina con bastante más seguridad que en invierno, el día se alarga y las sonrisas de las enfermeras se extienden por todas ... las plantas -igualito que si estuviéramos en época de elecciones- y el optimismo gotea alegremente sobre los pacientes. No, yo no estoy ingresado; se trata de un pariente a quien han de colocar una prótesis en la cadera. Cómo avanza la medicina. El otro día nos llamaron al centro y varios especialistas -en mayor número ellas que ellos- nos explicaron a ingresables y familiares todos los pasos que hemos de dar antes, en y después de la operación. Al final nos dieron un cuaderno de treinta y dos páginas; se titula Escuela de prótesis.
Todos los años, con la llegada de la primavera, me viene a la mente una escena que ya no se repite como en mi infancia. Entonces las mariposas entraban a mediodía a la plaza de los Fueros de mi pueblo por el portal de San Juan y alguna iba a posarse en el borde del vaso de la limonada de Esperanza, la hija del secretario municipal, que frecuentaba esa bebida bajo el gran olmo junto al que bailaban los gigantes en fiestas. La niña del secretario creció y llegó a ser la chica más guapa de la comarca; en los años sesenta llevaba un vestido de escote minúsculo, a la manera de aquellas despampanantes actrices del neorrealismo italiano, detalle en la indumentaria por el que andaba en lenguas envidiosas de la mocería (masculina y femenina). Un buen día Esperanza partió hacia el país que nadie sabe a ciencia cierta dónde se localiza; años después otra extraña enfermedad derribó al olmo y las mariposas ya no atraviesan la muralla ni en primavera ni en ninguna otra estación; nadie sabe cómo ha sido.
Pero la jornada continúa plena de luz en el hospital. Es la segunda vez que Consuelito, una chiquilla de siete años le trae agua fresca a su abuelo, operado también de cadera como otros varios pacientes, procedentes todos de pueblos. El yayo acaricia el churi (lazo) verde que adorna el pelo de la cría y ésta le pasa una servilleta de papel por la comisura de los labios algo húmedos. Luego me coge . Antología tragicómica de obra y vida que estoy leyendo y me dice: «Este señor dibuja a las personas con narices muy grandes». «¿Te gusta?», le pregunto. «No le entiendo», responde sonriendo. La niña del churi verde utiliza el pronombre personal «le»; yo me serviría de «lo»; como vecino del valle de esta zona del valle del Ebro continúo siendo loísta, también lo era Esperanza la de la limonada.
Dentro de poco regresaré a casa, acaso para cuando usted haya leído estas líneas. Tengan ustedes suerte con las prótesis, incluidas las que hemos de colocarnos frecuentemente en la vida diaria para caminar entre los demás con mayor felicidad.
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