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El sábado le conocí. Lloraba a pleno pulmón pues le tocaba la hora de ser amamantado. La situación obligó a un saludo rápido, a la carrera, con sus padres.
El sábado conocí a un bebé. Sí, un recién nacido. De un mes de vida. Fue ... emocionante. Una cría de una especie animal en peligro crítico como consecuencia de la acción del hombre que ha destruido el ecosistema favorable a la natalidad a través de un mercado laboral precario, una conciliación ficticia y una ausencia de apoyos reales en el país (el Gobierno regional hace lo que puede), que vayan desde guarderías hasta incentivos fiscales.
Tener hoy un hijo en España es una de las decisiones que mayor valentía exigen. No hay política nacional que las respalde con vehemencia. Antes, los bebés traían un pan debajo del brazo. Hoy sólo migajas... si acaso. Es más fácil driblar en nuestras calles de la sociedad del bienestar a cachorros de perros que a sillitas de niños.
El sábado conocí a un bebé. Un día antes de la manifestación en Madrid de la 'España vacía'. Los políticos, trocados en aves de rapiña en los periodos electorales, también acudieron a la movilización. Faltaría. Hay que repoblar el país, convinieron. La España rural envejece, agoniza y muere. Sin embargo, ninguno abordó en sus alocuciones ante los medios -recamadas con artificiales golpes de pecho- el rompecabezas de la natalidad. Porque, aunque no se enteren, ese es el problema: la falta de niños. La tragedia más grave e inminente a la que nos enfrentamos. Por delante, incluso, del cambio climático. Hay que detener este suicidio demográfico y eso requiere pueblos dotados de servicios (médicos, escuelas) y comunicaciones (carreteras, Internet). Hay que proteger el futuro desde el presente.
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