Con mis propias manos

Sandra, interpretada de forma emocional por la actriz Claire Dunne sufre la agresividad de su marido y decide coger sus hijos y alejarse del tirano. En la primera secuencia de la película vemos la brutalidad de la que es objeto Sandra. Es una escena cruda y deja poso. El contenido cafre se desenfoca y la paliza ocurre fuera de campo, pero el sonido es trágico. El comienzo es desgarrador.

Los servicios sociales actúan y no dejan a nadie desamparados pero sus ayudas no convencen a la heroína. Algún rasgo del beligerante estilo de Ken Loach asoma pero pronto el tono del filme se decanta por postulados solidarios y buen rollista. La apuesta consiste en presentar a una mujer sufridora y empredendora. El coraje y la determinación es palpable. Su meta, inasequible al desaliento. Su voluntad no tolera la rendición.

Con la sombra amenazante del exmarido celoso por el irresistible talento de su expareja, Sandra renegará de un sistema inmobiliario torticero para construir su propia casa con sus manos. La fábula positivista hace aparición y con ella el ejemplar apoyo de personajes secundarios que simbólicamente conforman un manto de respaldo y fraternidad que levanta el ánimo y conquista al espectador. La camaradería es bucólica mientras la mancha del indeseable exmarido irrumpe para tensionar la situación.