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En mitad del sopor informativo en el que dormita el verano siempre surge alguna noticia que nos espabila de improviso, igual que esos zumbidos aleatorios que produce la nevera en medio de la noche y que te despiertan para dejarte escuchando cómo ladran los perros ... al camión de la basura.
Esta vez ha sido la sentencia del Supremo que cuestiona la prohibición de que el tráfico pesado circule por nuestras viejas carreteras nacionales. La noticia lo ha sacudido todo, como cuando alguien da un meneo al mantel para dejarlo limpio de migas de pan y papelitos del helado. Por unos días nos ha hecho apartar la mirada del insoportable mercadeo para la investidura, y a mí me ha hecho desempolvar miedos antiguos; el recuerdo de aquella vez que volviendo de Calahorra casi nos vemos envueltos en un accidente múltiple porque un camión gigante que llevaba la turbina de un aerogenerador estaba prácticamente parado en medio de la carretera. O aquella otra, cuando en Torremontalbo pudimos frenar a tiempo antes de que otro camión nos entrase por la luna delantera. Aquello pasó muy cerca del punto kilométrico en el que se mató la hermana de un viejo amigo. Tenía 27 años.
La limosna que nos dieron a finales de 2017 fue consecuencia de una cosa insólita, nuestra movilización ante la sangría de la 232; los riojanos nos parecemos demasiado a la definición que hace Ethan Edwards de los nativos americanos en 'Centauros del desierto': «El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto». Así somos en esta tierra, por eso aquel movimiento fue algo totalmente inusual.
No se puede simplificar acusando a los camiones de ser los causantes de la carnicería. Son las infraestructuras, no ellos. La culpa es de la incompetencia de los políticos que han gobernado durante décadas esta comunidad y por descontado, de nuestra legendaria y proverbial mansedumbre. Tal vez regrese aquella indignación, pero será mal asunto porque vendrá acompañada de muertos. En el mejor de los casos los políticos volverán a a dejar a La Rioja como en un mal libro de 'Elige tu propia aventura': escoger entre ser un desierto o un cementerio.
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