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Empezando por el principio: soy fan declarado de las subvenciones públicas. También soy fan de eso de la «progresividad», que viene de la mano con la «redistribución». O sea, que quienes tienen más paguen más (y reciban menos) y que eso sirva para que parte ... de esa riqueza acabe en los que menos tienen. No, no es comunismo, viene en nuestra Constitución. Y también en la Biblia, por cierto.
Pero como todo en esta vida, hay que hacer las cosas bien, porque la mera palabra no justifica todo. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Logroño acaba de inventarse una progresividad que, como poco, se puede calificar de extraña.
Veamos. Como sabrán, los edificios de una cierta edad tienen que pasar una inspección técnica (la ITE) y luego subsanar obligatoriamente los defectos que se hayan encontrado. Es un dinero, claro, y el Ayuntamiento subvencionaba hasta ahora el 35% del coste a todo el mundo.
Ahora entra la progresividad: como no parece factible hacer una media de la declaración de la renta de todos los vecinos, el Consistorio se ha inventado la progresividad por calles. Es decir, las calles «de primera» recibirán el 15%, y de ahí la cosa va subiendo según categoría hasta el 35% para las calles «de quinta».
Es un absurdo pensar que todos los vecinos de una calle van a tener más pasta por vivir en ella. Hay casos y casos, y casas y casas, y situaciones y situaciones. Y olvidamos que ese es el corazón de la progresividad: que descienda al detalle, que no use la brocha gorda. Porque si no, el resultado es lo contrario de lo buscado, y lo peor que puede ser un Ayuntamiento. O sea, injusto.
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