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Don Pío Baroja aseguró que el nacionalismo se cura viajando, pero será muy lejos porque Puigdemont viajó a Bélgica y ya ven. En cambio un servidor, viajando tan lejos como el Far West, cree haber encontrado la solución para un nacionalismo tan recalcitrante como ... el catalán. Una vez descarrilado el procés en la vía autonómica por insuficiente y en la independentista por ilusoria, atravesando el territorio navajo por los estados de Arizona y Utah he descubierto una tercera: la reserva. No se rían y déjenme explicarlo.
A diferencia de la conquista española del Centro y Sur de América, basada en la mezcla racial entre invasores y nativos, la yanqui del Norte consistió en echarlos de sus tierras para ocuparlas y al que se oponía, liquidarlo. A los que no exterminaron acabaron confinándolos en espacios naturales donde vivir la ilusión de una libertad otorgada. Todavía existen muchas reservas de amerindios, pero no piensen que en el siglo XXI siguen siendo poblados de tipis en torno al tótem tribal donde los hopi, los hualapai o los shoshone pasan el rato bailando la danza de la lluvia, afilando el tomahawk para desollar al bisonte o fumando la pipa de la paz en una finca cercada por alambradas.
Los navajos en concreto habitan la llamada Navajo Nation, un territorio del tamaño de Galicia con un autogobierno que ya quisieran los indepes: además de poseer poderes ejecutivo, legislativo y judicial, bandera, escudo, himno, partidos políticos y su educación, industria, sanidad, prensa (Navajo Times) y policía, atención: no están sujetos a la Constitución estadounidense, mientras permanezcan en su terruño.
La reserva catalana se denominaría como quisiera, República Estelada Charnegofóbica de Catalunya, por ejemplo (para hacerse una idea, a Washington se la sopla que los navajos llamen a la suya Naabeehó Bináhásdz y Tségháhoodzáni a Window Rock, la capital). Para pertenecer a ella bastaría cumplir la ley navaja del cuarto de sangre indígena (un abuelo catalufo); podrían extender su territorio más allá de la frontera actual (Andorra, Francia), prenderle un lacito amarillo hasta a la Moreneta y establecer relaciones con otras reservas tribales como la eúskara, la alcarreña o la arnedana. Eso sí, la moneda oficial de los navajos, nos ha hoodoo ('jodido', en navajo) es el dólar, y en Defensa y Exteriores no se toleran bromas. Los nativos pueden hacer en su reserva lo que les salga del penacho pero sin tocarle los coohoones ('testículos') al Gobierno Federal porque se les acabaría la fiesta incluso con ese inepto en la Casa Blanca.
En el fondo, para el gobierno los navajos son tan hijos de Utah, Arizona o Nuevo México como los demás. Y al Gran Jefe coocomoocho ('cabeza de fregona') le resultaría fácil regresar de su waterloo ('lugar donde la has cagado') porque lleva mucho tiempo haciendo el indio. A que no es tan descabellado.
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