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Hubo una vez, en un lugar llamado España, un rey que abdicó en su hijo por razones jamás contadas a su pueblo. Un día, como huyendo de un incendio, se montó en un avión privado y se largó. Voló hacia lejanas tierras de sultanes de ... los que mandan en cielo y tierra y se instaló en el Golfo (Pérsico). Nadie lo despachó de su tierra pero él se fue porque le dio la gana y punto, sin dar explicaciones como en los cuentos de reyes y princesas. El pueblo quedó mayoritariamente boquiabierto, porque mayoritariamente lo había querido, admirado y respetado en un tiempo en el que la democracia, mayoritariamente deseada y por todos construida, daba sus primeros pasos. Cuando partió sin decir adiós, ninguno de sus defensores mencionó la tristeza y el dolor que padeció el Título II de la Constitución que regula la institución de la Corona. Dicen los expertos que el texto constitucional sintió como si le hubieran propinado una patada en todos sus artículos. La corona, que ahora porta su hijo, quedó descolocada tras la polvareda que levantó la escapada del emérito rey de España.
Cuentan que fue entonces cuando una legión de canallas, de esos que en una democracia se esconden tras la libertad de prensa, se puso a contar verdades que habían permanecido ocultas por el silencio de años. El pueblo siempre supo que su soberano tenía amantes, claro que eso no lo contaba la prensa canalla, solo se murmuraba en corrillos de confianza como cuando se escuchaba la Pirenaica (Radio España Independiente) durante el franquismo. Las urgencias de bragueta siempre fueron toleradas por el vulgo aunque contravinieran la aparente e impostada catolicidad de todos los reyes de nuestra historia, incluido Felipe II. Sus defensores dicen que la vida privada es de cada cual y allá las penas de Sofía y los mandamientos de la santa madre iglesia.
El descubrimiento de que el monarca era un comisionista más no solo resulta decepcionante sino doloroso. En las tierras donde vive ahora no sorprende pero en las democracias la ley debiera ser igual para todos. La inviolabilidad o la prescripción de los delitos no lo declaran inocente y aunque lo hayan librado de la acción de la justicia no han evitado la censura mayoritaria ni la ola de decepción que recorre España.
654 días después de largarse y 654 días después de que su hijo se haya esforzado en recomponer el prestigio de la Corona, el antiguo rey ha vuelto a poner patas arriba a la monarquía. Preocupado por los problemas reales de los españoles ha ido a los lugares a los que acude el pueblo llano: a pilotar barquitos como el Bribón. Dicen algunos que una conjura republicana cuestiona la Constitución y la monarquía. A otros muchos les da la risa. Otros cuentan que en Zarzuela se oyen lamentos reales preguntando: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?».
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