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Nueve menos cuarto de la mañana. No encuentro las llaves del coche. Como siempre. Me monto, enciendo la radio y salgo del garaje. Pum, primer problema: nadie me cede espacio para incorporarme a la calzada ¿Tan difícil es mostrar un pelín de urbanidad?
Pum, segundo ... problema: primera rotonda. La velocidad máxima permitida es 40 kilómetros por hora. Pero, ¿qué les pasa a algunos que circulan a 60? De locos. Me incorporo deseándome suerte y pensando que ya tengo solventado el suelto de esta semana.
Pum, tercer problema: voy por el carril de la derecha y tengo que dar un frenazo para que salga el mamarracho del Volvo rojo que parece tener más prisa que nadie. Maniobra sin intermitente, of course. Que alguien me explique qué les pasa a algunos con los intermitentes.
Y, de repente, pum, cuarto problema: Duques de Nájera con su bonito radar por todos conocido. Aún así, casi me como el coche que acaba de adelantarme a 70 cuando se percata de esa máquina gris del demonio. Entonces, como no quiere que le llegue una foto de su retrato a casa frena en seco.
Pum, quinto problema: toca ingeniárselas para acceder al periódico esquivando coches en el aparcamiento público en el que se ha convertido Duques de Nájera con Vara de Rey.
En fin. Siete minutos de trayecto bastante azarosos en los que no me he enterado bien de si los contertulios radiofónicos están cabreados con Pedro Sánchez por tomarse unas vacaciones que no merece o por no poner el intermitente. El que señala a la izquierda, evidente.
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