C omenzábamos la columna del año anterior –¡del año anterior!– con un titular totalmente esperanzador: la noticia de la recién llegada vacuna. Y se escuchaba «Es el principio del fin», haciendo referencia al fin del COVID-19 como una enfermedad mortal y devastadora.

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Desde esta ... columna nos esperanzamos con la noticia y nos emocionamos con los aplausos de los balcones. Desde aquí hemos hablado de la crisis, de la soledad, del sentido común, del poder de la palabra: para aplacar, para enaltecer, para destruir o para confortar, de las emociones y de la amígdala relacionada con el sistema emocional del cerebro, de los malos y buenos tratos, de la violencia de género, del voto femenino, de los niños nerviosos como 'Eduardo, el niño más terrible del mundo' y de cómo influyen en los pequeños las expectativas que los adultos les transmitimos. Contamos historias de los 'países raniles' como 'la rana sorda' capaz de llegar donde creía que podía llegar al desoír las voces lastimeras que la desanimaban; 'El chiste de la vaca y otras verdades' sobre qué poco suelen importar las desgracias ajenas hasta que nos tocan en propia carne; o la más reciente, 'Las ranas y la torre de babel', que ponía de manifiesto la importancia una lengua común en la que entendernos sin obviar otras singulares. Hemos reído con las anécdotas de los niños y las ocurrencias de algún mayor, y forzosamente en la raíz de la solución a cada dificultad, situación, o problema estaba la educación.

Hoy, 364 días después, podemos decir que hemos mejorado en algunos aspectos, ya que la vacuna trajo una menor mortandad. También diremos que teníamos otras expectativas –al menos yo, y quizás tú, querido lector–, como la confianza en que la devastadora experiencia de enfrentarnos a algo que hasta entonces solo veíamos en las películas de ciencia ficción, ese maldito coronavirus que nos encerró en casa y nos privó de abrazos, y se llevó –y aún se lleva– por delante la existencia de millones de personas, nos haría más solidarios, más empáticos con el que sufre, con el débil, con el que se sacrifica por el bienestar de los otros. Salimos a aplaudir a en punto y llorábamos frente a las pantallas al ver al hijo, la madre, el nieto, la pareja, que no podíamos tocar, besar.

Sin embargo, el balance de este 2021 que se cierra deja pocas luces y muchas sombras, y al igual que en los artículos anteriores este se cierra reivindicando la educación. La educación como la única vacuna capaz de cambiar verdaderamente la sociedad. No es propia la ocurrencia, porque durante siglos nos lo vienen avisando, así Epiceto dijo: «Solo los educados son libres», e Immanuel Kant: «Una buena educación es precisamente el origen de todo el bien en el mundo».

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