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Estoy comenzando el escrito cuando, silencioso y ágil, mi gato Feroche salta a mi cama, se tumba junto al libro 'Guía secreta de Barcelona' de José Mª Carandell, que merqué en el barcelonés mercado de san Antonio en 1974. En el lecho permanecerá mirándome fijamente ... de vez en cuando siguiendo mis gestos y, sobre todo, claro está, mis abrazos al ratón con la mano derecha, como si le tuviera celos. Al acabar, saltará al suelo y, sin haberme dado nunca su opinión sobre nada de lo que he escrito, esperará a que le abra la puerta del piso y saldrá a la calle conmigo. El otro día le pregunté si ya no va –más que nada por entretenerse viendo forasteros– al camino por donde los peregrinos marchan hacia Logroño y me respondió que hace casi dos semanas que no pasan. Los echa en falta.
Muy probablemente los señores lectores estarán saturados de información y –dispénsenme la expresión– bastante liados. De entre tanta letra, a un servidor le ha llamado levemente la atención ese mensajillo que se ha permitido lanzar a las redes sociales una profesora catalana que habita en Escocia: «De Madrid al cielo». Algunos han puesto el grito en el ídem, mas pienso que no es para tanto. Por el contrario, yo pienso que acaso la tal señora –o señorita– sea sumamente practicante de la religión que más le apetezca y mediante ese clásico axioma desee a quienes viven en Madrid que, si definitivamente han partido por voluntad de una de las divinidades hacia ese lugar, este sea el Edén más maravilloso. Naturalmente, en esa afortunada excursión decisiva yo incluyo asimismo a los catalanes vivientes e incluso asiduos visitantes de esa hermosa capital central, sean ellos nacionalistas o constitucionalistas. Porque dicha señorita –o señora– es internacionalista como yo, o sea, que roza la perfección, entiendo que comulgará con mi postura.
Otra cosilla que me han comentado es que algunos líderes de comunidades autónomas han torcido los morritos por las intervenciones de algunas Unidades Militares de Emergencia con esto de la pandemia. No se preocupen ustedes; creo que ha sido con la boca pequeña, digo yo. Quizá hayan leído ustedes en alguna ocasión el axioma latino «primum vívere, deinde philosophare», es decir, primero vivir, luego filosofar. No obstante, los de la boca pequeña dicen defender que conviene simular primero, incluso en casos tan graves como el actual, que la ideología para conseguir después votos es lo importante, mientras que preservar la vida de las personas –¿las de ellos y sus familiares también?– es secundario. Miau, Feroche.
Ánimo y cuídense y canten y bailen y lean, etc. Y cuídense de nuevo.
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