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La situación política actual pone en la palestra la catadura de dirigentes que consiguen hacerse con el poder sin estar capacitados: personajes contemporáneos como Donald Trump, Boris Johnson, Bolsonaro, Putin, Maduro, Kim Jong Un, etcétera. O de otros tiempos: Hitler, Stalin, Napoleón, Enrique VIII, Calígula, ... etcétera. Salvando las distancias necesarias, la situación tiene un denominador común. Las riendas y destino de una nación o institución quedan en manos de personas que, aprovechando resquicios y oportunidades, coyunturas o falsas expectativas de electores cegatos, enfadados o cansados, se depositan en dirigentes que no están a la altura de la responsabilidad común a asumir, generando graves turbulencias en lugar de pilotar honesta y eficazmente una nación o institución.
El caso paradigmático en la actualidad es el de Boris Johnson quien, como otros de catadura similar, lleno de soberbia personal, arrojo, cinismo, facilidad para mentir y falta de sentido de una realidad que acaba convirtiendo en la propia, se ha dado de bruces con aquella a la que creía burlar. Si no fuera por las drásticas consecuencias socioeconómicas globales que ha ido acarreando, su estrepitosa (pero afortunada) caída sería un capítulo digno de la serie Yes, Prime Minister que tanto nos divirtió hace unos cuantos años.
Es un ejemplo de lo imperfecto que es el acceso al poder, permitiendo llegar a él a personajes inadecuados para ejercer una alta responsabilidad, embaucadores carentes de sensitividad y empatía, salvo hacia ellos mismos. Amor propio no les falta. Por ejemplo, Boris Johnson se comparaba con Disraeli o Churchill, cuando su competencia notoria durante los tres años en 10 Downing Street quedará como un periodo de regresión política, económica y social para una democracia tan significativa como Inglaterra. Sus activos son escasos, pero los numerosos episodios polémicos constituyen una evidencia inequívoca de su arrogancia, cinismo ilimitado, excesiva facilidad para mentir, preso de una realidad autoconstruída. En suma, un narcisista soberbio que ha creído, como otros muchos, ser el dueño de la verdad y con tan notoria vanidad como para pensar que era imprescindible. Un legado poco ejemplar.
Pero al menos, se retira. Hacerlo a tiempo es importante y beneficioso, especialmente para los demás que dejan de soportar engaños y desmanes. Otros endiosados continúan intentando perpetuarse a cualquier precio, solo se importan a ellos mismos. Con todo, el caso Johnson, es un punto de esperanza que muestra que la tiranía del narcisismo no tiene que durar para siempre, si los demás no lo consienten.
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