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Todas las primaveras ocurre lo mismo. No se trata de si se retrasará la floración vegetal o cuándo se notarán las horas de luz. No. Es algo mucho más prosaico. Y también más incierto: es el proceso de escolarización.
Tengas hijos o no, el dichoso ... trance monopoliza conversaciones durante semanas. Si no es por tus hijos, será por los de tus amigos. Y da igual quién gobierne, o si quien gobierna apuesta por un modelo educativo u otro. La escolarización se convierte cada año en un avispero lleno de fango y dudas. Esgrimiendo como escudo el derecho constitucional de elegir centro educativo, los padres pierden el sueño por culpa de unos trámites más que cargantes, que afectan eso sí a una de las decisiones más importantes que habrán de tomar como progenitores.
Prácticamente cada año el consejero del ramo hace aparecer, cual conejo de chistera, un sistema que (supuestamente) es más justo para los implicados. Y también cada año no hay colectivo que no se sienta ultrajado por la nueva aportación.
En esta ocasión, además, el cambio de signo de gobierno parece imponer una revolución. Al menos, es la intención. Pero los plazos se abrevian y poco hay sobre la mesa acerca de la cacareada 'democratización' de la elección de colegio. Como el proceso se antoja inminente, por lo pronto se anuncia que se fiscalizará toda solicitud para evitar irregularidades. Y un año más los padres, enfermos de incertidumbre, volverán a sufrir de insomnio forzado hasta que el proceso culmine con el niño escolarizado. O no, quién sabe.
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