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Siempre me ha admirado la gente que lo sabe todo de todo y, sin asomo de duda, pontifica urbi et orbi sobre cualquier materia. ¡Cuántos genios ha perdido la ciencia! si llegara a confirmarse su increíble sabiduría. Ya lo escribió nuestro gran Lope de ... Vega, «o sabe naturaleza más/ que supo en este tiempo, o tantos que nacen sabios/es porque lo dicen ellos».
El mundo se ha llenado de profetas. A posteriori, es fácil serlo. Si ha habido falta de reflejos e improvisación, si ha habido errores que, a buen seguro, los ha habido y los habrá, no van a ser los portavoces del apocalipsis los que van a pararlo con el ruido interesado. Ahí sigue, por ejemplo, Donald Trump sin creerse la que se avecina y nosotros, si no declaran el estado de alarma, aun estaríamos tomado cervezas en las terrazas discutiendo la conveniencia del aislamiento.
La magnitud del desafío no tiene precedentes para nuestras generaciones. Estamos aprendiendo como sociedad a superar una tragedia que marcará los años venideros. De los errores se aprende y las autoridades, también. No se puede ocultar lo que todos vemos pero mientras nuestros sanitarios, policías, militares, voluntarios y todos los que sostienen el abastecimiento hacen su trabajo el resto de la población también hemos de hacer el nuestro. Nuestra misión es evitar que se extienda el virus siendo escrupulosos en el cumplimiento del confinamiento sin que tengan que sancionarnos. También podemos, desde el respeto y la tolerancia, luchar contra la generalización del pánico para superar esta pandemia.
A estas alturas, la información es imprescindible pero hay desalmados poniendo nuestros nervios a prueba difundiendo bulos o medias verdades. Las maledicencias divulgadas hasta la saciedad parecen más creíbles cuánto más increíbles son, sobre todo si sustentan nuestra animadversión al que resulte perjudicado por ellos. Hay que parar el sectarismo.
Las redes están llenas de exabruptos y de odio. Lo que se lleva no es la crítica sino directamente el insulto. Se injuria a los gobernantes sin freno, se les llama inútiles y sinvergüenzas, se cree que cobran sin trabajar pero se les pide que nos saquen de ésta porque es su obligación. Es una contradicción imposible. Es humano señalar culpables que nos exculpen de nuestros propios errores, pero el ruido no matará el virus.
Así que, de cuanto está ocurriendo, me quedo con el ejemplo de empresas que se han puesto a fabricar protecciones sanitarias, han ofrecido redes logísticas, voluntarios cosiendo mascarillas o investigadores, ayer olvidados, buscando vacunas. Gente maravillosa que en vez de insultar se han decantado por la solidaridad. Aplaudo cada tarde a las 8, a quienes en silencio, venciendo el miedo y corriendo riesgos, contribuyen a que pronto llegue, de verdad, la primavera.
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