La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, presentó ayer en el Congreso el proyecto de Presupuestos de 2022 para su tramitación. Lo hizo al día siguiente de que el FMI rebajara sus expectativas para España con un déficit y una deuda cronificadas, y al tiempo ... que la comisaria europea de Energía descartaba la intervención de Bruselas para la compra conjunta de gas como había propuesto Pedro Sánchez. Las últimas vicisitudes de la economía –crisis energética, inflación y desabastecimiento– incrementan las dudas sobre cómo se cerrará el presente ejercicio. Unas dudas que se extienden al capítulo de ingresos en las Cuentas del próximo año.

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Las dificultades que de pronto ensombrecen la recuperación requerirían un abordaje más transparente, riguroso y dialogante. Pero la política partidaria está demasiado presente en la administración de los dineros públicos. La estabilidad del Gobierno pende de una suma de apoyos dispersos que sobrecargan las Cuentas de ideología y ventajas territoriales. Y la polarización conduce a Pablo Casado a declarar en quiebra a España, con lo que impide toda discusión racional de la consistencia real del texto. De manera que el tremendismo de la oposición y la tranquilidad con que Moncloa despachará las advertencias de los grupos de la moción de censura y de la investidura, a sabiendas de que ERC o el PNV no tienen más salida que votar a favor, acabarán en la aprobación de lo que el presidente estime más conveniente para finalizar el año.

Montero insistió ayer en el cambio de paradigma que representan los Presupuestos hacia otro modelo productivo y la innovación, la economía verde y la digitalización. Pese a las ayudas europeas previstas de 27.633 millones, ni el punto de partida ni el monto a recibir auguran una drástica transformación competitiva de nuestro tejido productivo. A lo que se suman otras preguntas, como la insuficiencia de que los Presupuestos asuman los 'gastos impropios' de la Seguridad Social si esta necesita una transferencia añadida de 7.000 millones, la siempre discutible distribución territorial de las inversiones en infraestructuras y proyectos estratégicos, y el resultado final en términos de déficit y deuda. Solo cabe esperar que el imprescindible debate presupuestario para un 2022 tan crucial no acabe del todo a merced de la propaganda gubernamental y de la demagogia opositora.

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