Como estos temas los carga el diablo, voy a empezar por decir lo obvio, antes de que me acusen de pensar lo que no pienso. A saber: la violencia machista, de género o contra las mujeres existe. Es un problemón que exige su tratamiento diferenciado ... y específico, y que es distinto de ese tutifruti que nos quieren vender como «violencia intrafamiliar» u otros parecidos.
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Dicho esto, al lío. El viernes las autoridades riojanas convocaron un minuto de silencio como repulsa a un crimen machista. Esas cosas pasan demasiado a menudo en toda España, y es normal que pasen ante crímenes flagrantes y que claman al cielo. Pero resulta que éste no es tan flagrante, o al menos hubiera merecido un poco más de cuidado. Si recuerdan, la cosa ocurrió en otoño del 2020. Nadie se enteró entonces, entre otras cosas porque (increíblemente) el caso estuvo cuatro meses siendo tratado como un suicidio, pese a las varias heridas de arma blanca y golpes que sufría el cuerpo de la mujer. Hasta un año después no se supo nada, y de carambola.
Ni en 2020 ni en 2021 se convocó repulsa alguna. Este viernes sí. ¿Por qué? Porque el asunto apareció en las estadísticas del ministerio de Igualdad, los medios lo recordaron, y a alguien en Delegación, el Palacete o en algún punto intermedio se le debió encender la bombilla.
El retraso en sí era un mal indicador; pero peor fue el cruce de comunicados: primero, Delegación «confirmando» el crimen machista. Y luego, el Tribunal Superior de Justicia diciendo que no podía confirmar tal cosa. Vamos, que el caso está aún siendo investigado, y que confirmar que se trataba de un crimen machista era tanto como declarar culpable al marido.
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Llegó la concentración y, como era de esperar, había muchos políticos, muchos periodistas y apenas ciudadanos. La delegada se hizo además acompañar de un mando policial para contar sus investigaciones y apuntalar su caso. Y a todo esto, la presidenta Andreu caía en uno de esos campechanos deslices a los que ya nos vamos acostumbrando, lamentando la «descoordinación» entre lo policial y lo judicial, y deseando que fuera de otra forma.
A saber. Tenemos a una instancia oficial (esa de la que depende la Policía) confirmando la culpabilidad de alguien que hasta ahora, que se sepa, es inocente, y ha pasado ya año y medio del crimen. Tenemos a la máxima autoridad de la región diciendo de manera bastante inequívoca que a ver si la justicia se pone las pilas y condena ya al marido, hombre por dios.
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No sé si el hombre es culpable. Indicios hay, evidentemente, o no tendría que estar presentándose cada quince días en el juzgado. Pero si el asunto está donde está a estas alturas, estaría bien que las autoridades riojanas no hubieran decidido saltarse la siempre sagrada presunción de inocencia para, al final, no conseguir nada más que una foto desangelada y muy a destiempo.
Miércoles | Tuit
El miércoles, la gente de 'Logroño Andando' (un colectivo al que merece la pena escuchar, por razonable y por centrado) publicó en Twitter uno de esos hilos que te hacen pensar. Les cuento. En Nancy (la France) andan con la cosa de las peatonalizaciones y el tráfico pacificado. No sé si les suena. El caso es que según un estudio realizado allí, más o menos el 39% de los clientes llega a las zonas comerciales en coche. Pero lo comerciantes están convencidos de que esa cifra es el 77%. O sea, casi el doble de la realidad.
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En Logroño el último dato fiable es del 2011: entonces el 68% decía ir a comprar a pie. No hace falta más que escuchar a los comerciantes locales para darse cuenta de que ellos creen que la realidad es bastante distinta.
Lo importante del caso no es que estén o no equivocados. Lo importante es que malgastan su indignación, y con ella su energía. Que el comercio local está en problemas es evidente. Aquí y en todo el mundo. Pero no es la bicicleta ni la peatonalización lo que lo amenaza. Antes al contrario, creo yo. En cualquier caso, la receta ha de ser nueva: seguir igual sólo nos lleva hacia abajo.
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Miércoles | Pello
La Rioja ha tenido una suerte durante la pandemia. De hecho, dos suertes: una se llamaba Enrique Ramalle, y la otra Pello Latasa. El primero se comió lo peor de la pandemia y la transformación en un santiamén de un hospital normal en uno de guerra. El otro tuvo que lidiar con cinco olas más, guiando la barca de la razón técnica entre las olas del vaivén político. Ahora Latasa se va, probablemente porque lo suyo aquí ya ha terminado y parte en busca de otro aires. Deja un buen recuerdo en casi todo el mundo, y merece probablemente un agradecimiento de los ciudadanos de esta región. Buen trabajo, señor Latasa.
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