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El reconocimiento público por parte de Joe Biden de que sus agencias de Inteligencia desconocen cómo surgió el coronavirus ha tenido un primer efecto que no debería satisfacer al presidente: dar alas a la hipótesis de que el patógeno que ha matado a 3,5 millones de personas se originó por un accidente en un laboratorio de Wuhan en fecha tan temprana como noviembre de 2019. Una 'teoría' difundida con ahínco por su antecesor en el Despacho Oval, no sustentada en evidencia alguna pero favorecida por la falta de cooperación de Pekín en la investigación internacional en la que solo a comienzos de este año se dignó a colaborar, a su manera, con los expertos de la Organización Mundial de la Salud. La exigencia de transparencia al gigante asiático por parte de Washington tampoco parece inocente. La llamada de Biden para que sus analistas decidan entre la explicación del contacto animal y la conspiranoica de un experimento con armas biológicas que se va de las manos coincide con un recrudecimiento de la represión de Xi Jinping en Hong Kong y una nueva prohibición de la vigilia por Tiananmen. Y también con la reanudación de los contactos de EEUU con China sobre su conflicto comercial.
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