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La inflación encadenó los nueve últimos meses de 2020 en negativo. Desde entonces se ha elevado hasta el 4%, su mayor nivel en trece años, por el vertiginoso encarecimiento de la luz y del petróleo, que no ofrece indicio alguno de cesar a corto plazo. ... Por contra, el precio de la electricidad encadena máximos históricos un día tras otro, arrastrado por el imparable incremento del gas y de los derechos de CO2, en un desbocado ascenso que ha empezado a repercutir en el de otros bienes y servicios en una peligrosa espiral que urge cortar. De seguir esa tendencia, las medidas del Gobierno para frenar el alza del recibo de la luz perderán buena parte de su efectividad. Los pronósticos que auguraban una pronta corrección de la escalada del IPC quedan así en entredicho, lo que resulta altamente preocupante para la economía española. No solo porque una inflación disparada reduce el poder adquisitivo, frena el consumo –el eje central de la recuperación– y eleva los gastos del Estado en pensiones y salarios de los funcionarios, con el consiguiente ascenso del déficit. También porque presiona al BCE para elevar en breve los tipos de interés, lo que sería un mazazo para un país tan endeudado como el nuestro.

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