Seamos realistas, pidamos lo imposible» es el viejo y joven lema que, en el histórico 'Mayo del 68' movilizó a los estudiantes franceses y después a toda la sociedad. El resultado derivó en una transformación social y política de Europa. Así que esa antigua proclama ... de hace más de medio siglo, atribuida al filósofo Herbert Marcuse, es bueno recordarla tanto en los libros de historia como recuperarla para cambiar lo que no nos gusta. Si nuestro teléfono sabe más de nosotros que nosotros mismos, si nos hablan como a niños, si las redes sociales nos dicen lo que tenemos que pensar y si la comodidad y el ritmo frenético en el que vivimos nos impide reflexionar estamos aceptando un modo de vida y una concepción del mundo que no nace de nosotros mismos. Asistimos a un relato infantilizado de la realidad actual al que nos conducen cada día en debates absurdos que cuestionan nuestra inteligencia y nuestra conciencia crítica.

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Quizá hoy exigir lo imposible es algo tan sencillo como pedir, por ejemplo, a nuestros políticos, que nos seduzcan desde la inteligencia de sus propuestas y no desde el insulto permanente y cansino a su contrario. Al fin y al cabo, en la vida los contrarios se complementan. La crítica es tan necesaria en democracia como que ella lleve aparejada la propuesta alternativa. Es tiempo de enamorar desde las ideas y no desde la extrema tensión que nos divide. Comienza a ser agotadora la ausencia de mirada larga, la carencia de rigor en el análisis de los problemas o la sequía de soluciones. En fin, el 'NO' a todo y el yo soy la solución porque lo digo yo, resulta agotador.

Se dice, desde Aristóteles a Churchill y hasta hoy, que la política es el arte de lo posible. A lo mejor es el momento de exigir lo imposible. Escribió Stig Dagerman que «ser el político de lo imposible en un mundo donde los políticos de lo posible son muy numerosos» era un rol que le satisfacía como individuo tanto como ser social. Y es que, efectivamente, la cantinela de lo posible limita tanto nuestras aspiraciones que nos lleva a la resignación. Si los políticos tienden a tratarnos como a niños es quizá porque ni la madurez ni la inteligencias, ni por supuesto la audacia, ha llegado a ese olimpo de los dioses de lo posible. ¿Con qué nos intentan seducir en la actualidad?: con gritos. El concurso lo gana el que más grita, no el que más convence pues los argumentos no se escuchan, ni siquiera forman parte del discurso. Hay quien creyéndose importante jamás propone nada importante. Carentes de madurez democrática navegamos en un mar de simplezas que dan réditos en el corto plazo y luego decepcionan porque encallan en el acantilado de la realidad. Sería bueno que existieran políticos de lo imposible que nosotros ya sabremos diferenciar las limitaciones de lo posible.

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