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La última semana de febrero ha dejado muestras palpables de lo que es una política de pacotilla frente a la alta política. O mejor dicho, lo que es un político de bajo nivel o un político de altura. El espectáculo del Partido Popular saliendo en ... tromba a devorar a su presidente por atreverse a señalar al menos alguna irregularidad en sus más altos responsables en Madrid es solo equiparable a la hipocresía de quienes unos días antes le aplaudían y halagaban en busca de un cargo mejor, de subir en el escalafón.
La soledad de Casado al abandonar su escaño en el Congreso, acompañado dignamente por otros tres diputados del PP que pasarán a la historia por su lealtad, es la imagen de la peor política. La que hinca el diente si hace falta en el correligionario y se lanza a adorar al futuro líder aunque todavía no esté encumbrado. Ese día, la consternación en el resto de los escaños fue palpable. Por muy desafortunado, injusto e hiriente que haya sido el presidente del PP en sus intervenciones públicas, la conducta que mostró su grupo parlamentario sonroja a cualquier demócrata. Hasta el presidente del Gobierno fue algo amable en su réplica al líder caído, pese a recordarle su habitual falta de ecuanimidad como jefe de la oposición.
La alta política es otra cosa. La puede representar hoy Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Está desplegando una actuación diplomática incesante intentando que el diálogo y la paz se abran camino frente al despropósito bélico que protagoniza Vladímir Putin.
Difícil papel el de Borrell y de la UE para intentar que Rusia eche el freno mientras buscan salidas para garantizar el suministro energético y una vuelta atrás en una contienda donde la testosterona hace de las suyas en el bando de los agresores, sin que les importe lo más mínimo que estén en juego centenares de miles de vidas humanas. El sociólogo, jurista y politólogo alemán Max Weber, consideraba que al político se le deben exigir tres características esenciales: pasión, entendida como devoción a una causa; sentido de la responsabilidad y prudencia, que supone no mezclar los propios intereses o ambiciones particulares en la acción política. Esos conceptos permiten diferenciar al político mezquino del político con mayúscula. En un momento en que, otra vez, una parte de Europa se asoma al borde del precipicio, no es hora de juegos agresivos para intentar modificar el orden mundial sino de aplicar efectos disuasorios que deriven en durísimas sanciones contra Rusia. En eso está la Unión Europea. La política de altura debe imponerse.
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