Mediado el siglo pasado, George Orwell inventó un mundo distópico, un claro alegato contra los totalitarismos, que debió parecer a algunos una chaladura del autor. La vida triste y silenciosa de los personajes transcurría en una atmósfera asfixiante de silencio, miedo y resignación que hacían ... que la maquinaria de dominación del poder transcurriera sin sobresaltos. Había un Ministerio de la Paz que, por supuesto, se ocupaba de la guerra porque el temor al enemigo exterior siempre une voluntades en el interior. Había un Ministerio de la Verdad que modificaba el pasado y fabricaba las mentiras que debía aprender el pueblo. Existía también un Ministerio de la Abundancia, que vigilaba la exigua dieta con la que sobrevivían. El más insólito era el Ministerio de Amor que con la tortura y el castigo reeducaba a los díscolos en las verdades del poder. Ya saben, una forma expeditiva de demostrar que el amor duele y más si te ama el Gran Hermano.

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Así que el día en que supimos que Mahsa Amini, una mujer kurda de 22 años, había fallecido en Teherán, tras ser detenida por 'la policía de la moral', sentí un estremecimiento. No estaba leyendo una novela sino una noticia verificada y cierta ocurrida en un país cuyo régimen político es una teocracia totalitaria que aplica a rajatabla la ley islámica. El gran intérprete de la Ley es su 'líder supremo', Alí Jamenei, que tiene 83 años y lleva 33 en el poder. El 'gran líder' es asesorado por un 'Consejo de Guardianes' y por el 'Consejo de Discernimiento y del Interés del Estado'. Estos eufemismos se parecen tanto a lo inventado por Orwell como al increíble Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio creado por los talibanes en Afganistán. En ambos regímenes se persiguen las supuestas infracciones morales de las mujeres. No es delito ser mujer porque hay que parir hijos pero sí es un delito mostrarse como tal públicamente. No encuentro nada más inmoral que cercenar la libertad de opinión a todos y negar la igualdad, la cualidad de ser personas, a la mitad de su población. Negar hoy los derechos universales me parece tan inmoral como proclamarse defensor de la esclavitud.

La policía de la moral detuvo a Mahsa Amini porque su «vestimenta no era adecuada» y murió a manos de unos fanáticos a los que no les gustó su forma de llevar un pañuelo. Imagino el interés y el amor que pusieron en el maltrato que debió sufrir antes de entrar en coma y fallecer. Las protestas se han multiplicado por todo el país, las mujeres, las más jóvenes, se han rebelado contra la opresión. Deseo que encuentren el apoyo de los hombres y del mundo, deseo que ganen a la intolerancia y que la esperanza se haga realidad y no fracase como ocurrió con las primaveras árabes de hace diez años. ¡Ojalá ondeen cabellos en el viento de la libertad!

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