Plataformismo

Llevamos camino de que la auténtica, la única nación, sea una plataforma. A Gabriel Rufián no se le escapa esto y está dispuesto a que su partido se piense el apoyar unos presupuestos generales de un Estado si el Gobierno de este Estado no logra ... que las plataformas comprometan un porcentaje determinado de sus contenidos en el idioma de su comunidad autónoma, y de otras, con lenguas oficiales. Rufián cuenta con adosar plataformas, regiones privadas del universo audiovisual, a su proyecto nacional. Pasamos, pues, de la era del nacionalismo a la del plataformismo; de los nacionalismos a los plataformismos. De hecho, ahora que se está pensando qué sistema sustituirá al sistema solar en un futuro, no sería raro que fuera un sistema plataformista, de plataformas orbitando sobre millones de seres no sabemos de qué tipo pero sin duda abonados. Rufián cree que una extensión suficientemente incrementada del catalán en las plataformas agrandaría la Cataluña independiente que su partido proyecta. Y afirma que para él y ERC se trata de un asunto sagrado, lo de la lengua, y que no conviene que un Gobierno (de un Estado, una de las más antiguas formas de plataforma) le toque, en perfecto castellano, las narices. Que eso es mal negocio, para el Gobierno. Es más, envía a negociar al Ejecutivo los términos de cuota lingüística con las plataformas, que son constelaciones privadas con dueños privados y cuya ubicación se radica más allá de las estrellas. Y que, a todo esto, pagarían una parte de la cuenta. Estos previos de la aprobación (o no) de los presupuestos generales del Estado, se parece, por el momento, a un episodio complejo de tar Trek. El plus, el 'más que un club' de su Cataluña para Rufián es tener audio suficiente en, pongamos, un Netflix, u otras nuevas provincias estelares del streaming. Podemos, así, estar pasando también del Estado de las Autonomías al Estado de las Plataformas. En número ya irán casi a la par. Y es, realmente, donde nos vivimos durante muchas horas de nuestra vida, con sus noches. Y cada cual defiende las suyas, las de su abono, con una cierta forma de 'patriotismo'. Y rivaliza en contenidos con la plataforma vecina, o mejor las plataformas vecinas. Porque raro es que seas solamente de una plataforma, a diferencia de las autonomías, que solo eres de una. Se nos llena, incluso, la boca, y se inflama el espíritu plataformista cuando nombramos la palabra 'plataforma', que antes solo usábamos para referirnos a las petrolíferas, o en aquella vieja variante de 'platajunta'. Y la Constitución, que estos días celebraremos, acabará siendo una ley del audiovisual toda ella. El audiovisual como nación de naciones. Y es que, una vez que te haces, que eres, que tienes, una plataforma te vuelves muy celoso de tu plataforma. Pero también insaciable: enseguida quieres saber qué echan en las otras. Y –esto resulta aún más estresante pero adictivo– no solo quieres no perderte ninguna serie que al día siguiente, en el café, pueda ser proclamada como lo que hay que ver si quieres estar al día en el régimen plataformista, sino que aspiras a convertirte en un prescriptor de la serie, en concreto, que hay que ver, de la que urge ver y que tú, ¡ah!, has visto antes que nadie, y que con suerte para tu ego plataformista algún desfasado todavía ni conoce. Y te llevas el punto, Y entonces tú acabas siendo alguien en la plataforma, y un doctor en series. Tienes que saber recitar la lista de las plataformas con soltura y familiaridad, aparentando saber moverte, expertizado, entre ellas, dirigiendo con el mando la circulación por sus ventanas y logos. Estrenando contraseñas en cada suscripción a una plataforma nueva. Invitando a otros, con dadivosidad, a la plataforma. Cumpliendo con las temporadas de que se forma cada serie. En fin, hechos unos plataformistas residentes. Pues ahí nos movemos. Verdaderamente, ahora mismo, las plataformas son la lingua franca.