No sé si han notado que ahora, en los baños de los bares, la luz automática se apaga antes. Entras a hacer pis, se ilumina el cuartito y te dispones para la micción, pero al poco de empezar, ¡plas!, el cubículo se queda a oscuras ... provocando perplejidad y tribulación. Es tal el desconcierto, que te olvidas por un instante del trance mingitorio, un estremecimiento te posee y se produce un efecto regadera que salpica y azora. Al instante, recuperas la compostura, te percatas de la situación e intentas controlarla: debes moverte para que la célula fotoeléctrica te perciba y avise al temporizador.

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La escena es inverosímil: tú, a tu edad, bailando la danza del vientre en un váter, aireando tus vergüenzas y a oscuras. Pero te contorsionas y la luz se hace, aunque la alegría luminosa dura un instante. Allí manda el temporizador, que exige destreza y rapidez. Desesperado, bailas el 'pis plas' y meas a la vez para así conseguir la luz perpetua. La aspersión es mayúscula y no puedes evitar un razonamiento microeconómico: lo que el hostelero ahorra en luz, se lo va a gastar en lejía.

En la economía española, se está produciendo el efecto retrete de bar. Lo que vamos a ahorrar en leche nos lo gastaremos en gasolina. Y lo que ahorran los hijos, que llenan los trenes de media distancia, todo el día viajando gratis para visitar a amistades y parejas, nos lo gastamos los padres en nuestros viajes inaplazables: en octubre, intenté sacar un billete de tren de Cáceres a Pamplona para el 12 de enero y ya no había plazas. Iré en avión, aunque en Cáceres no hay aeropuerto. Un milagro. Y así, a base de prodigios en la oscuridad, nos adaptamos al 'pis plas' y a lo que nos echen.

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