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Exhuman a Franco este jueves 24 de octubre, día en que Rafael Azcona hubiera cumplido noventa y tres años. Rafael, comprador a diario de varios periódicos, era -como planeaba Buñuel para sobrellevar su posteridad- de los que le hubiera gustado regresar a este mundo cada ... cierto tiempo para ver qué trae la prensa. Y a muchos de los que aquí seguimos, nada nos gustaría más que conocer el guion de Rafael sobre lo que -desde que nos dejó- viene trayendo la prensa, plagada de materia susceptible de tornarse azconiforme (neologismo de José Luis Cuerda). Y la prensa del viernes lo que trae es el gran dilema ¿qué hacer ahora con el Valle de los Caídos?
Ya estoy oyendo a Rafael, achinando sus ojos de la risa y empujando por encima del hombro izquierdo su dedo índice de la mano derecha, como hacía siempre que quería endosar a alguna instancia o particular alguno de los marrones de los que nos provee la realidad: «pues que se lo den a los Leguineche». El marqués, que no comulgaba con el franquismo y de hecho no volvió de su autoexilio sui generis a su residencia madrileña del Palacio de Linares hasta la inhumación de Franco, también se reiría y no podría imaginar mejores liquidadores que su familia y allegados: unos trapisondistas que ya casi lograron envenenar a medio país (y visitantes) con aquel 'platoespaña' que idearon para forrarse durante el Mundial de Naranjito: una bandeja de paella podrida y sangría estancada. Repasemos el expediente familiar. Don José de Leguineche (Escobar) se trató de perfil con el franquismo y como un pícaro con la democracia: alquiló su finca para las cacerías tecnócratas (La escopeta); negociaría con su legítima esposa -muy del régimen- los límites de la 'zona nacional' donde ella moraba en el Palacio; mantendría a un cura trabucaire; sobornará -ya canino- a la primera Hacienda de la transición (Patrimonio); vivirá el 23-F habitando un piso en Alfonso XIII e intentará la fuga de capitales antes de la llegada de los socialistas.
Así los dejamos en Nacional III. «La concesión del Valle, a los Leguineche», ya lo estoy escuchando. Al final de una primera sobremesa con Rafael y Berlanga ya estaría escrito el tratamiento de lo que podríamos titular Nacional IV si no existiera ya uno escrito pero nunca filmado, y que no trataba de esto. La conservación de los bienes y hacienda de los Leguineche a través de maniobras a cada cual más grotesca, endogámica y fracasada es el último gran esperpento de nuestra dramaturgia. Una coda extraordinaria hubiera sido su intentona de pillar cacho en lo del Valle, pero también -como efecto colateral- la de garantizar su desaparición paulatina, solo equivalente a que -como deseaba estos días Nicolás Sánchez Albornoz, uno de los fugados de su presidio- obrara la naturaleza y lo arruinase.
Capaz hubiera sido Luis José (López Vázquez) de hacerse pasar por pariente lejano para colarse en la exhumación, o por monje benedictino, gracias a la influencia del Padre Calvo (Agustín González) y de grabar la ceremonia con un móvil escondido en el hábito, para luego vendérselo a la Sexta. O aún mejor, de haber fabricado un fake en alguna cripta, con el resto de la parentela disfrazada de los Franco. Y una vez consumada la exhumación y habiendo conseguido mediante alguna maniobra inenarrable un documento catastral fraudulento que les otorgara la titularidad del Valle y la correspondiente patente de todos sus monumentos y enseres, así como de todos sus derechos de imagen, abrir el chiringuito al turismo, cuyo Centro de Interpretación podría estar dirigido por Segundo (Luis Ciges), intérprete, locutor ideal para explicar el recinto (sobre todo los urinarios).
Como atracción estelar ofrecerían un Tour en helicóptero entre el Valle y Mingorrubio, al precio que te cobran por sobrevolar Nueva York de noche. Muy bien podría gestionar esto -por tener más mundo- Álvaro, el sobrino político (José Luis Villalonga). Y luego estaría la tienda con todo el merchandising del Valle gestionado por ellas: Viti (Lampreave) y Chus (la Soler Leal); perfectamente autoabastecible. Exceptuando latas con 'Aire del Valle' y fragmentos de las barbas de la figura de San Juan que mandara afeitar Franco (esto habría que fabricarlo), no habría más que ir extrayendo producto de donde hiciera falta: trozos de roca del cerro, o de la piedra de Alpedrete con que se hizo el edificio, o del mármol de los grupos escultóricos, o de cada una de las seis millones de teselas de la cúpula bizantina, o de cada uno de los setenta sitiales del coro. Y así hasta el esquilmado total. La cosa es que tampoco vive ninguno de los Leguineche, pero ya se habrán enterado de todo esto por la prensa. Eran unos vivos.
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